lunes, 14 de noviembre de 2011

Excusas

No me gustan las excusas. Ni las explicaciones sin venir a cuento. Ni las historias con tufo a mala conciencia.
Y no me gustan porque no las busco ni las pido ni las doy.

"Yo quería, pero...".
Si querías y no pudiste por alguna razón de peso, no pudo ser y punto. La próxima vez será.
Si no te apeteció, no te apeteció. Sin excusas porque aquí nadie es dueño de nadie y nadie te reprocha que no te apetezca.
El hecho de no habernos visto no cambia en función de por qué no quedamos. 

Y ni yo pregunto ni espero que tú me lo cuentes.
Pero esos mensajes, mails y similares, me matan.
Me recuerdan a cuando era pequeña y faltaba al colegio y tu madre o tu padre tenía que escribirte un justificante que llamaban mis monjas.
"Susurros no ha podido asistir a clase el martes 01.10.1988 por encontrarse enferma. Firmado: Madre de Susurros".

Y además es que no sé qué contestar.
Me quedo siempre con la impresión de que una tarde-noche que podía haber sido morbosa, sugerente, divertida, graciosa, excitante...pierde la magia en un maremagnum de excusas forzadas que le quitan la gracia al asunto.
Mejor me llamas cuando me quieras contar que sí puedes verme, que piensas emputecerme y me mandas una de esas fotos tuyas que tanto me gustan. Eso sí me anima el día. Mmm.

martes, 8 de noviembre de 2011

Sexo casposo

[No es que pase nada. Si el día tuviera 25 horas, me seguiría faltando tiempo pero al menos podría escribir algo en el blog de vez en cuando.]

Leo en el periódico que los universitarios invitan a copas para conseguir que las tías follen con ellos. 
Y que en el fondo lo hacen porque las tías que beben suelen ser más promiscuas. 

Pero ¿en qué mundo vivimos?. Y sobre todo, ¿de dónde sacan algunos ese concepto tan extraño, tan casposo y tan aburrido del sexo?

A mí no me gusta que me inviten como si fuera una damisela mantenida. Y quizá no me guste precisamente por ese concepto que subyace detrás, ese "si te invito, me debes algo". Yo invito cuando quiero invitar, no cuando quiero que me deban algo a cambio. 

Luego están las universitarias que se dejan invitar. Si desde el principio quieren follar, dejarse invitar (ya de paso) es cara dura. Si no quieren follar, barato se venden por un par de copas. 
Y ¿desde cuándo hay que convencer a alguien paraque quiera tener sexo contigo? ¿Por qué muchas chicas parece que tienes que "liarlas" para que quieran sexo? 

Yo también he sido universitaria, también he salido con pocas pelas pero eso sí, siempre he tenido claro con quién quería y con quién no quería follar. 
Y no porque me invitaran o no lo hicieran (que no lo hacían porque yo no me dejaba) sino porque sentía algo entre las piernas que no se puede comprar. Ni pagar con dinero. Esas ganas que te llenan, ese ardor que te inunda. Tu cerebro recreando situaciones que te encantaría que pasaran, imágenes que harían ruborizarse a muchos casposos del sexo. ¿Se puede convencer a alguien para sentir eso?. No, definitivamente no. 

Las tías que beben son más promiscuas. No es eso, lo que pasa es que muchas son demasiado pavas y mojigatas para hacer lo que les apetece y usan el alcohol como la excusa de "había bebido mucho y me desmelené". No, guapa, lo que pasa es que el alcohol te dió la oportunidad de hacer lo que siempre piensas en tu cama sola pero no te atreves a decir en alto no vayan a pensar que eres un poco ligera de cascos. 

Yo soy promiscua (qué palabra más fea, suena como a delito, como a pecado de los que te lleva directa al infierno...) pero lo soy sobria y borracha. Lo soy cuando bebo y cuando no. 

En fin, que no sé dónde ha quedado el concepto del sexo que yo uso. Follar porque te apetece, porque tú quieres, sin que nadie te "compre" con 2 copas de garrafón, sin sentirte obligada sino porque el cuerpo te lo pide, porque tienes tantas o más ganas que él de probar, de sentir, correrte, lamer, gritar de gusto. Con un tío que esté deseando darte placer, tanto como tú a él, que no use más armas para convencerte que su deseo y te haga vibrar. Y sobre todo, que a la mañana siguiente no puntúe tu promiscuidad sino que te eche un buen polvo mañanero. 


miércoles, 3 de agosto de 2011

El rubio más guapo del barrio


Hoy me he encontrado por la calle a alguien que no veía hace como 12 años por lo menos. 
Le he reconocido porque sigue igual, exactamente igual que entonces. Más alto, otras zapatillas, el pelo más largo pero igual en lo esencial.
Nos hemos saludado, nos hemos dado dos besos y hemos estado hablando un par de minutos. 
¡Menuda sensación más rara! Te encuentras 12 años después con alguien que durante una época fue la razón de tu vida. Sí, así era porque yo tenía 14 años y a esa edad todos son muy tontos y todas somos muy pavas. 
Él era el rubio del grupo y a mí me volvía loca; a él le gustaban mis rizos y mi piel morena. 
Durante un año jugamos a perseguirnos, a dejarnos y reencontrarnos, a morir cada día que no estábamos juntos y resucitar en cada beso a escondidas en los bancos del parque.
Y yo, que nunca he sido ñoña, lo era con él. Porque tenía 14 años y hubiera vendido mi alma al diablo por aquel chaval que a mí me parecía, con diferencia, el rubio más guapo del barrio. 
Luego él se echó otro grupo de amigos, nos veíamos poco. La cosa se enfrió.
Ya con 17 años o así, coincidimos una tarde de verano, nos dejamos llevar y acabamos en su casa practicando lo que para el recuerdo quedará como uno de los peores polvos de la historia. De hecho, llamar a eso sexo sería una tesis difícil de sostener ante un tribunal. 
Y poco tiempo después, nos perdimos la pista. O nos la quisimos perder más bien.
De hecho su hermano es uno de mis mejores amigos al que veo a menudo pero él y yo nunca más hemos vuelto a coincidir.


Y decía que era una sensación rara porque 12 años después te reencuentras con él, al principio me arrepentí por un momento de haberle saludado incluso mientras se acercaba a mí y yo pensaba: "¿de qué hablo yo ahora con éste?", luego se me pasó por la cabeza que es increíble cómo alguien que significaba todo en un momento de tu vida, se pierde sin dejar huella durante 12 años sin que le eches de menos y medio minuto después, ya roto el hielo, descubro que sigue teniendo el mismo humor de entonces y que me hace reír con ese fino sarcasmo que siempre me ha encantado. 
Pero no sé, una sensación rara, al fin y al cabo. 


Hemos hablado un par de minutos, hemos conectado enseguida, nos hemos puesto al día de qué es de nuestras vidas y ha dicho que tenía mucha prisa pero me ha dicho que le pedirá mi teléfono a su hermano para llamarme. Dos besos raudos y ha salido corriendo. 
Me he quedado por un momento allí parada, mirándole perderse porque estos reencuentros me dejan siempre pensativa, me hacen añorar momentos que ya nunca van a volver a existir. 
Seguramente no vuelva a saber de él, cada uno seguirá su vida, en dos días ni siquiera  perderemos un segundo en recordar al otro pero yo siempre podré decir que sigue siendo el rubio más guapo del barrio.

miércoles, 20 de julio de 2011

Gatillazos

Un gatillazo lo puede tener cualquiera. Creo que ellos les dan más importancia de la que les damos nosotras. O, al menos, yo. 
No pasa nada. Te relajas, piensas en otra cosa, hablas de otro tema, repones fuerzas y cuando te quieres dar cuenta, se te ha olvidado y estamos en el mismo punto donde lo habíamos dejado.

No hace falta una explicación que lo justifique ni un por qué ni una disculpa.
También yo, independientemente de la habilidad de mi compañía, tardo a veces más en alcanzar el orgasmo y no por ello he de disculparme.

Pero los hombres han de curar su ego herido, dejar claro que su masculinidad no se comporta así por lo general, que el macho que llevan dentro no tiene ningún problema sexual, les entra miedo por si la teoría evolutiva les descarta por impotentes, les asalta el complejo por no dar la talla de macho cabrío que copula incesante y sueltan la frasecita:

- A mí esto es la primera vez que me pasa.


Y yo, no sé por qué (y lo mismo me confundo) pero me da la impresión de que justo en ese instante lo empiezo a concebir como un problema porque me temo que ese ansia por aclarar que siempre han dado la talla es precisamente su intento por esconder que no lo es, que ya ha habido otra ocasión.
O quizá es que me aburre/cabrea/da la risa/parece ridícula esa reacción de macho alfa.
Pero esa especie de respuesta/excusa/explicación me sobra. Porque a partir de ahí sí que se estropea la situación. 

lunes, 18 de julio de 2011

De vuelta

Después de un viaje de placer, un viaje por motivos familiares y uno de trabajo, estoy de vuelta.  


Y ahora sólo pienso en los días de descanso y en los que vienen dentro de poco otra vez. En la sensación de estar en la playa, sentada en la arena, oyendo las olas romper y la brisa sobre mis mejillas. 
Pero sobre todo me encanta meter los pies en la arena, enterrarlos. Formar una montaña de arena sobre ellos y después separarlos despacito mientras la montaña se parte en dos y por la sima que se abre se deslizan los granos de arena. Me imagino que cada grano de arena es un problema, una preocupación que se pierde para no volver. Y les veo caer, sin posibilidad de salvarse, sometidos a la tiranía de la gravedad, cayendo, cayendo. Y así me puedo pasar un montón de tiempo. Ésa es mi terapia. 


Necesito vacaciones otra vez. 


domingo, 5 de junio de 2011

Ni él es mi Romeo ni yo su Julieta

Hay amantes que duran lo que tarda en salir el sol. 
Otros duran algo más, hasta que te sabes de memoria y eres capaz de prever cada beso que te va a dar, el orden en el que va a despojarte de la ropa y las palabras que va a usar y te aburres de que no se entregue a ningún nuevo juego. 
Y hay otros que duran una eternidad. Y él es de ésos. Porque en cada cita consigue sorprenderte, porque nunca hay suficientes sitios para dar rienda suelta a nuestra pasión, porque siempre guarda algún as en la manga para dejarte boquiabierta, porque se apunta a cada nueva perversa idea que cruza mi mente. En resumen, cada cita es nueva, es diferente, es especial. Y eso, después de varios años, no deja de ser un enorme mérito. 
Cada uno tiene su vida, ni a mí me interesa si la morena que le planta dos besos con cara de "huy, te pillo acompañado" va a calentar mañana su cama ni a él le interesa con quien la comparto yo cuando no estoy con él. 
Ni él es mi Romeo ni yo su Julieta. 
Pero cuando nos entregamos, entonces saltan chispas, ese día reservamos cama en el universo paralelo donde no existe nadie más que su pasión y la mía, entrelazadas en un remolino de orgasmos. 
Sobre esa base de confianza nos redescubrimos en cada ocasión en la que nuestras agendas coinciden en la coordinada espacial de sus ingles.
Y no parece nada difícil, nada se fuerza, nada se explica. Ese es el otro ingrediente que lo hace tan especial. Aunque fuera de nuestro universo, el resto de la gente se empeñe en explicarse hasta la saciedad tonterías que no le incumben, en pedir excusas que no deberían exigir, en poseer lo que no te pertenece, en querer "pasar de nivel" como si eso fuera el único fin que tuviera una interrelación entre dos personas.


El otro día fue uno de esos días que dejan tan buen sabor de boca. Su ingenio me hace reír y eso me predispone para ponerme más cachonda. Su mirada le añade ore ingrediente más a la ecuación del placer. Y ese deseo que tiene y que me contagia, como si yo no tuviera suficiente con el mío, hace el resto. 
Y 1+1 siempre suman dos. Pero siempre lo hacen de una manera distinta. 
A veces me arrastra a una calle poco transitada para perder sus dedos entre mis piernas y dejarme al borde del orgasmo mientras va lamiendo sus dedos al salir a la calle principal sabiendo que me pone verle hacer eso. 
A veces soy yo la que le acaricia por encima del pantalón hasta notarle duro mientras las copas se quedan aguadas. 
En ocasiones somos los dos los que pagamos impacientes para caminar a zancadas hasta su piso y desnudarnos en el descansillo sin atinar a meter la llave en la cerradura. 
Otras veces soy yo quien desde el baño le envío una foto de mi coñito depilado para volver a la barra y encontrarle mordiéndose la lengua excitado. 
De vez en cuando me sorprende con unas esposas, un nuevo aceite lubricante o una escena de una peli porno que quiere probar conmigo. 
A él le cuento yo las fantasías que últimamente me rondan por la mente para encontrar siempre un sí por respuesta. 
La ecuación es siempre diferente. Pero siempre con el mismo resultado. Un día especial, una cita diferente, esa libertad de sentirte a gusto, los orgasmos que desafían las leyes naturales para ser apoteósicos y una enorme sonrisa que no puedo despegar de mis labios en unos cuantos días.

lunes, 30 de mayo de 2011

Día tonto

Mis hormonas han dado un golpe de estado. El que dan de vez en cuando antes de que me venga la regla. 
Así que tengo cambios de humor como una veleta, paso de la euforia a la melancolía en milisegundos, las lágrimas ruedan a ratos por mis mejillas sin que sea capaz de decidir si son de risa o de pena (a pesar de no tener ninguna razón para estar triste), me duele la cabeza, a ratos estoy hipercachonda y a ratos apática sexualmente y tengo las tetas hinchadas y muy sensibles. 

Yo no digo que tenga sentido, ni siquiera digo que tenga razón o que haya que comprenderme, pero es así. No lo puedo cambiar. No me aguanto ni yo. Y hoy es lo que hay. 


Como me conozco, hoy no he hecho planes. Me he quedado en casita, me he bañado hasta que se me ha arrugado la piel, me he dado crema, me he hecho un peeling y he decidido cenar viendo lo más estúpido que he encontrado en la TV para distraerme. A pesar de ser una comedia (o lo que los americanos definen como una comedia con risas enlatadas que nos dicen cuándo hemos de reírnos), una frase tonta ha hecho que me corrieran lágrimas por las mejillas. No por nada en realidad, nada concreto, sólo porque sí. 
Como me he dado cuenta de lo ridículo de la situación, me ha entrado la risa, una risa que se ha convertido en carcajadas al ver mi imagen de loca desencajada reflejada en el cristal de la ventana.
Los gatos se han escondido detrás del sillón, por si acaso. 


Total que, en medio de este proceso, me llega un mensaje al móvil. 
- La última vez no pudimos vernos, cuándo te voy a ver? 
Y como estoy susceptible y creo leer un pequeño reproche que no me gusta nada en el tono en el que está redactado pero como en realidad no tengo derecho a pagar mi mal humor con nadie, no contesto. 


10 minutos. Otro mensaje. 
- No me has contestado. No me vas a contestar?
Ufff, respiro hondo. Odio que me agobien, que me pida explicaciones alguien que ha follado conmigo como si eso le diera derechos sobre mí. Que me pida explicaciones quien no tiene derecho a recibirlas. 
Respiro hondo. Contesto: 
- Ya hablaremos, hoy no es buen momento. 


13 minutos más tarde. Bip bip. Otro mensaje. 
- Es que yo quiero hablar hoy. Te llamo? 


Ya, y yo quiero un chalet en las Seychelles, jubilarme rica a los 33 y follarme a Brad Pitt. Pero así es la vida, no siempre tiene uno lo que quiere. 
Joder! Luego tengo fama de borde, se me critica porque dicen que soy seca pero es que CUÁL ES LA PARTE QUE NO HAS ENTENDIDO DE HOY NO ES BUEN MOMENTO??. 


Respiro hondo 5 veces. 
- HOY NO ES BUEN MOMENTO. Mañana te llamo. 


Uff, creo que lo mejor es que me ponga la peli de los días tontos.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Cosas mías

Nos conocemos hace tanto tiempo y tan bien que nos sobran la mitad de las palabras, quizá incluso todas. No hemos de explicarnos nada. Todo fluye, así, sin esfuerzo, simplemente fluye.

A veces es gratificante la novedad y probar nuevas pieles, nuevos besos, otras caricias. Sin embargo, en otras ocasiones no hay nada que más desee que estar contigo. Sabes todas esas pequeñas cosas de mí, mis manías, mis neuras, mis paranoias, todo eso que casi nadie sabe no porque sea un secreto sino porque hay que conocer mucho a alguien para saber determinadas cosas.

No necesitas preguntarme si quiero café para desayunar porque sabes que no bebo café.
Y me reconoces en el supermercado porque estoy oliendo todos los geles antes de decidirme por uno. O porque sabes que nunca cogería lo primero que hay en una estantería, siempre cojo algo de la 2ª o 3ª fila.

No me acaricias el pelo porque odio que me toquen el pelo y nunca se te ocurriría hacer piececitos conmigo consciente de la grima que me da que la planta de los pies de alguien roce mi cuerpo.

Nunca llegas a la hora que hemos quedado, sabes que siempre llego tarde.

Sabes bien que cuando tengo las hormonas tontas puedo llorar y al momento reírme y todo sin que medie razón para ello pero con una intensidad que es difícil de igualar.
Conoces no sólo los susurros al aire sino los que se esconden bajo la coraza.

Conoces la regla de los huevos fritos (no me atrevo a ponerla aquí porque es demasiado ridícula hasta para alguien que está tan loca como yo) y las preguntas existenciales que me preocupan en mi día a día.
Y sabes que soy capaz de jugar durante horas al pilla pilla con mis gatos o al fútbol en el pasillo de casa con bolitas de papel albal.
Que nada me hace más gracia que un chiste malo y corto aunque me lo cuenten mil veces porque siempre se me olvidan.

Sabes que tengo un trauma con las peras pero que comería cerezas hasta morir empachada. 

No mucha gente sabe que a final de mes me pica siempre la palma de la mano derecha antes de cobrar el sueldo.
O que mis amigas me llaman por un nombre que sólo les consiento a ellas por ser ellas pero odiaría si me lo llamara otra persona.

Sabes que canto cuando tengo frío o que dejo rodar la r en la lengua cuando algo me da grima y que casi nunca me quedo sin palabras.

No hace falta que te diga que lo que más me gusta de mí son mis dos lunares simétricos o que cualquier cosa si es roja me gusta el doble porque ese color me atrae irremediablemente. 


Conoces de sobra lo único que me molesta para dormir o que se me colorean los mofletes cuando tengo mucho sexo. Y que los animales me vuelven loca y despiertan en mí una ternura infinita. 

Sabes que odio los martes y me ponen melancólica los días grises con lluvia. Me encanta el sol. Mi elemento, mi medio es el agua; de ahí mis eternos baños con espuma hasta quedar arrugada como una pasa. 

Y que leo de todo, cualquier cosa menos poesía.Me muerdo el labio inferior pero sólo en un extremo cuando estoy excitada. 
O que no tengo ningún pijama desde hace siglos porque siempre me ha gustado dormir desnuda, que adoro la sensación de darme crema por el cuerpo, me duermo con una facilidad espantosa siempre que quiera dormirme y odio viajar en tren.

Sabes miles de pequeños secretos. Y millones de tonterías. 
Por eso me resulta tan fácil sentirme a gusto contigo. 

sábado, 14 de mayo de 2011

No me des las gracias

- No me des las gracias. - dice él confesando que le da vergüenza que lo haga.

Pero es que no es que te las de, no es que te las regale, es que te las mereces, te las has ganado.
Porque tomando algo, estamos al mismo nivel por decirlo de alguna manera (que no es la mejor forma de explicarlo pero sí la mejor que se me ocurre).
Nuestro concepto de relaciones se parece mucho pero en cuanto nos recluimos entre 4 paredes, mudos testigos de lo que acontece entre dos personas que se entregan al placer, siempre salgo ganando. O siempre salgo perdiendo, según se mire. Gano porque consigo muchos más orgasmos que los que consigo provocarle. Perdiendo porque no puedo devolverle lo que me da.
Pero sobre todo, salgo ganando porque la calidad es indiscutible, porque es muy bueno, demasiado bueno en lo que hace.

- No me des las gracias.

Pero te las tengo que dar porque jadeo al acordarme de cómo haces que pierda el sentido. Porque semanas después aún recuerdo esa sensación y me estremezco. Porque sabe dónde está el resorte de mi placer.

- No me des las gracias.


¿Cómo no dártelas? Si nunca recibo un no por respuesta, si siempre me das más de lo que esperaba a pesar de que las expectativas que tengo contigo están siempre un par de escalones más arriba de las que tengo con los demás.

- No me des las gracias.


Lo siento, pídeme otra cosa porque en eso no puedo complacerte. Cuando el orgasmo me deja volver a respirar de manera acompasada, cuando los dedos de mis pies vuelven a estirarse y no me sacuden los temblores del placer, la primera palabra que nace en mi boca, la única que se me ocurre atinar a decir, la que me quema la punta de la lengua es ésa, es gracias.

- No me des las gracias, que me da vergüenza, tonta.


Ya, pero no puedo evitarlo. Porque puedo dártelas con los ojos aún muy abiertos, como si no creyera que esto fuera verdad y sin embargo, tú sabes a qué me refiero. No hablo de mariposas en el estómago, no hablo de cursilerías ni de sentimientos, hablo de sensaciones, de placer, de deseo, de vicio, de emputecimiento, de gusto. De eso hablo. Y de nada más. Pero eso, a ti, no he de explicártelo. Y es una ventaja, no te creas.

- No me des las gracias.


Sí, te las doy. Porque te las mereces, te las ganas, puedes decir bien alto que eres el honroso merecedor de ellas.

lunes, 9 de mayo de 2011

Para lo que tú quieras

A mí el acento argentino me ha puesto siempre mucho.
Así que cuando fuí a pedir unas copas y me encontré con aquellos ojos al otro lado de la barra, me quedé durante un par de segundos, anonadada.
Porque era una de esas miradas que transmite "imagínate-mi-cara-cuando-me-corra-mirándote". Y unos segundos después su acento argentino preguntándome qué iba a querer me derritió tanto que pensé que iba a mojar el tanga.

En la siguiente ronda, cuando me ofrecí a ir a pedir yo después de no quitarle la vista de encima mientras se afanaba por atender a todos los clientes de un bar lleno de gente un viernes por la noche, pedí otra ronda y mientras clavaba sus ojos en mí, me soltó un "te pongo lo que quieras las veces que tú quieras" y entonces sí que mojé el tanga porque ese acento es como una especie de descarga eléctrica que me deja atontada.
Recogí el guante que me había lanzado y le pregunté que si ese "lo que quieras" incluía algo más que una copa. Y me salió bien la jugada porque él curraba hasta las 3 que se hacían las 3:45 mientras recogía pero luego "estoy libre para lo que quieras".
Así que me fuí a otro bar y prometí ir a buscarle cuando terminara su turno.

Allí estaba yo a las 3:45 (bueno, no, con 10 minutos de retraso porque si no, no sería yo) y allí estaba él, con cara de impaciencia. Iba pensando que quiza habría cambiado de opinión, que quizá no le encontraría, pero su cara ya me dijo que iba confundida porque si el deseo tuviera cara, sería la suya.

Echamos a andar, camino de un bar donde conocernos mejor pero ni siquiera llegamos a doblar la esquina antes de que sus labios buscaran el camino a los míos y un susurro en mi oreja me hiciera temblar de deseo. Sus besos sabían a chicle y a vicio. Sus manos dibujaban caricias bajo mi vestido y sus ojos me miraban como si me comieran con sólo mirarme.

Recompuesto el vestido, con su sabor en mi boca y mi coño palpitando de deseo, me metió en un bar y me pidió una copa que se me hizo eterna. Porque cuánto más quieres controlar el deseo, más difícil es hacerlo. Y su voz era suave pero su acento me ponía muy cachonda. Sus gestos eran tranquilos pero sus manos, siendo suaves y moviéndose despacio, sabían ponerme a mil. Su actitud transmitía tranquilidad pero sus ojos transmitían fuego.

Y en una cama de un séptimo piso a un paso del séptimo cielo, después de perder la compostura en la calle, en el taxi, en el ascensor...entré en el piso a una caricia de distancia del orgasmo.
Cuando creí que aquel argentino ya lo tenía todo hecho, que ni siquiera tendría que esforzarse para arrancarme un orgasmo tras otro, resultó que él se empeñó en esforzarse por arrancarme el doble de los orgasmos que yo habría calculado que tendría.
Entré creyendo saber cuánto me ponía y aprendí que era capaz de ponerme mucho más allá de mis cálculos.
Aprendí que esa tranquilidad, esa parsimonia, esa cadencia con la que movía su cuerpo, sus manos, su boca, sus dedos al ritmo de su voz, me excitaba incluso más que el sexo salvaje que tanto me hace perder los papeles.
Porque sabía lo que hacía, él imprimía el ritmo, controlaba mi deseo, me hacía rozar el paroxismo de la locura mientras yo me sentía tan en la gloria que sólo podía emitir pequeños gemidos porque no tenía fuerzas para más.

Me follaba despacio pero sin dejar ni un escaso milímetro de esa palpitante y durísima polla fuera de mí, me acariciaba suavemente como una especie de mariposa traviesa que se posaba sobre los recovecos de mi piel y daba la impresión de tener toda una vida por delante, sin prisas, sin reloj, sin impaciencia para pasarla conmigo entre esas 4 paredes. Sin embargo, me miraba con los ojos bañados en vicio y gemía con una intensidad que desataba oleadas de deseo en mí. Su lacerante deseo penetraba entre mis piernas, crecía, nadaba en mi propia humedad.
Llegó el momento en el que, satisfecho por la cantidad de placer que me había proporcionado, se dejó llevar y me dejó disfrutar de su orgasmo.

Cuando empezamos el siguiente asalto, me esforcé por cambiar las tornas, por hacerle disfrutar, por devolverle una pequeña parte de lo que yo había sentido pero con ese acento que me obnubila, en un tono acaramelado que escondía una orden, me dijo que "nada me gusta más que verte disfrutar, ya te he dicho que estoy para lo que tú quieras, déjate hacer". Así que de nuevo asumí el papel pasivo, la parte cómoda, el sueño hecho realidad de ser la complaciente dama que se deja dar placer. Y menudo placer. Sin aspavientos, sin prisas, sin brusquedades pero tan efectivo, tan eficaz, tan vicioso.

Al despedirme, me dió su número y me susurró un "yo estoy para lo que tú quieras, ya lo sabes". Y a punto estuve de volver a meterme en esa cama y no salir pero fuera de esa habitación era ya la hora de casi merendar y yo tenía incontables llamadas perdidas en el móvil así que me fuí pero pienso volver, boludo.

martes, 3 de mayo de 2011

Despedida de soltera

Estuve hace un par de fines de semana en Sevilla. En una despedida de soltera. 
¿Quién lo iba a decir? 
Nos conocemos desde que las cabezas no nos llegaban ni al segundo peldaño del tobogán, desde que éramos dos micos de cara redondita y cabeza plagada de rizos. 
Es de esas amigas que ves poco pero con las que siempre tienes la sensación de no haberte separado nunca. Bastan 10 minutos para descubrir que seguimos siendo las mismas que jugaban en aquel tobogán. Para acostumbrarme a su acento andaluz hace falta un poco más que 10 minutos, jajaja. 
Compartimos veranos, las primeras borracheras, incluso nos gustaban siempre los mismos tíos. Inseparables. Cada una con su estilo, con su carácter, tan opuestas pero en el fondo tan parecidas. 
Y ahora se casa.

De todas mis amigas, entre las cuales hay una cierta tendencia a la estrechez sexual y a la creencia en ese abstracto concepto que es "comer perdices", resulta que las dos únicas que se han casado (o van a hacerlo en breve) son las dos más zorr**, las únicas que jugaban en mi liga, las que habían llegado a la misma pantalla que yo en el juego del puterío.


Así que me planté en Sevilla con una maleta casi vacía para tener sitio a la vuelta para la enorme resaca que sabía que me iba a llevar de recuerdo. Porque yo, que tengo fama (inmerecida, por supuesto) de borracha en determinados círculos de amistades, resulta que en Sevilla soy casi abstemia. Y todo porque no puedo aguantar beber desde las 14:30 hasta las 8 de la mañana sin pausas. Lo siento, lo siento, tengo un hígado vago. Jaja.

El viernes hubo un precalentamiento mixto, es decir, novio y amigos del novio con la novia y amigas de la novia. Y yo, como buena chica que soy, me acosté pronto que no quiere decir que no me durmiera bastante tarde. Como ya le dije a la sevillana, si todas las que valen se retiran del mercado, yo tengo que hacer horas extra.

El sábado salimos, reímos, bebimos, comimos, lloramos, recordamos miles de anécdotas...la verdad es que fue espectacular. Un grupo de 15 tías con ganas de divertirse, alcohol y en plena exaltación de la amistad. Un show.

Pero nunca se acaba una juerga así sin un desayuno así que nos sentamos la sevillana y yo en el salón de su casa a desayunar con la persiana bajada para que no nos molestara la luz.
Y de repente, sin venir a cuento, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, entre calada y calada al cigarro, sin prevenirme ni nada, la sevillana me suelta así como quien no quiere la cosa: 

"Susurros, ya no porque he sentado la cabeza pero la verdad es que si hubiera hecho un trío alguna vez, habría sido contigo". 
¿Y me lo dices ahora??!?!?!?!!??

miércoles, 27 de abril de 2011

Caducado

No me apetece.
Y no, no es que haya pasado nada. 

Simplemente hay historias que tienen un final. 
Algunas historias te dejan con ganas de más, con la sensación de que aún queda algo por resolver, algo por hacer.
Otras tienen fecha de caducidad antes de empezar, son como las fresas, que hay que comérselas poco después de comprarlas. 
Y esta historia ha durado hasta aquí. No hay ninguna razón, no me he enfadado, no estoy molesta, no, no es nada de eso. Es sólo que el chicle que compartíamos se ha quedado sin sabor. 

Así que no me preguntes, no me agobies, no me insistas, no esperes una razón que no existe, una cita que no va a existir. 
Quédate con lo bueno. 

No me busques, no me llames. Lo siento de verdad pero es que no me apetece. Me invade una tremenda pereza al pensar en la fría sábana en la que se ha convertido tu cama.

Trocito de cielo (II)

Al hilo de mi post anterior, he de decir que me han sorprendido los comentarios. 
La mayoría hacéis comentarios en los que encontráis muy graciosa la situación pero lo triste es que yo no la conté en clave de humor, al revés, me da bastante que pensar y me frustra a veces ser yo la que siempre coincido con el porcentaje residual de hombres a los que les apetece follar menos que a mí. 

Lo voy a comentar en mi terapia de grupo para ninfómanas a ver qué me dicen. 

miércoles, 13 de abril de 2011

Trocito de cielo

- ¿Qué quieres, cielo? Yo me voy a pedir un cocktail que aquí están buenísimos.

- ¿Qué quiero? Quiero tenerte gimiendo como un poseso de pie delante de mí meneando tu polla dura y esparciendo tu esperma por mi cara. Quiero esos chorros calientes cayéndome por la cara mientras tú me miras. Quiero que pases tu dedo índice y tu dedo corazón y recojas tu leche para llevarlos a mi boca y dejarme que los chupe con verdadera ansia, que me ofrezcas tus dedos para saborearlos mientras me miras y dejas asomar la punta de tu lengua como diciéndome que con ella vas a recorrer mis pezones y mi clítoris hasta que me corra gritando tu nombre. Eso quiero.

- Joder tía me vas a matar. Pero venga en serio, ¿qué quieres que te pida?. Para el resto ya habrá tiempo después.

- Pues si no hay más remedio pídeme algo dulce y tropical.

Los hombres ya no son lo que eran. ¿O me encuentro yo a los raros? ¿O resula que soy yo otra vez a la que le apetece más follar que a él? ¿O soy yo la rara?

¿Quién rechaza algo así para tomarse otro cocktail? Que era el 3º lo menos.
Le doy vueltas y sigo sin encontrar explicación.

Y no, no es que después no haya tiempo, es que lo mismo se me han quitado las ganas.

Un par de semanas después me dijo que por qué no le llamo para quedar. Precisamente por cosas como ésta. Y por cierto, no soy tu cielo.

lunes, 4 de abril de 2011

Reinauguración

Mensaje al móvil de C.:
"Me he mudado al piso de arriba, pago lo mismo pero hay una habitación más. ¿Habrá que reinaugurar el piso, no?".

Estoy en una reunión de trabajo a tiro de piedra del culo del mundo.
El tipo que está sentado enfrente de mí me mira el escote y me explica en un perfecto inglés de Oxford bobadas que ya me ha repetido tres veces en la última hora. Yo hago como que tomo notas de lo que me dice mientras escribo garabatos en un papel para distraerme.
O bueno, eso hacía hasta que he leído tu mensaje cuando mi "interlocutor" (si es que se puede llamar interlocutor a un tío que habla solo) se ha ausentado un momento de la reunión.

Pero ha sido leerte y me ha recorrido una especie de descarga eléctrica. 

Joder, me apetece mucho. Volver a estrenar el mismo sillón un piso más arriba. 
Recrear el escenario, perderme en tus manos. Montarme en tu polla y usarla a mi antojo. Entregarnos en unas horas que no se cuentan por minutos. Apoderarme de tus jadeos que son la gasolina que prende mi deseo.

Y ya no me concentro. Debo estar sensible porque el mensaje era una proposición indecente pero redactado en los límites de la más absoluta decencia. Sin embargo, te imagino duro, inquieto, entrando, gimiendo, dándome placer y tengo que esforzarme por no perder la compostura.

Por mí podemos reinaugurar el piso todos los días.

domingo, 27 de marzo de 2011

Otra mujer

Siempre he sido muy curiosa.
Creo que en la vida hay que probar (casi casi casi) de todo.

Muchas veces me ha rondado por la cabeza probar con otra mujer.
Pero últimamente es que no consigo quitarme la idea de la mente.

¿Qué se sentirá al tener a una mujer abierta, excitada?
¿Cómo debe ser que alguien practique contigo justo lo que a ella le vuelve loca que le hagan?

La sensación de sentir su orgasmo en mi boca, cómo se derrite de gusto con mis labios me intriga, me apetece, me despierta un conocido cosquilleo entre las piernas.
Saber si mi lengua es capaz de repetir los movimientos que a mí me gusta recibir.
Probar cómo se nota un orgasmo femenino desde el otro lado, jugando en el otro equipo.

Pero me lo planteo en el contexto de un trío. Con un tío que observa, se excita y participa.Que él observe, se recree y luego se deleite cuando ambas nos dediquemos a su placer.

Y el caso es que, a priori, la cosa no parece tan dificil. Pero sí lo es, por lo visto. Porque (volvemos a lo de que yo, lo mismo, soy demasiado exigente) llevo buscando la ocasión y la situación años pero nunca surge el momento oportuno o la persona adecuada.

Últimamente, de verdad que es no puedo dejar de pensar en ello.

miércoles, 9 de marzo de 2011

De pie


- Ponte de pie. Quiero follarte de pie.

Y aún no sabía el placer que me esperaba. Pero recuerdo perfectamente esa frase.

Me apoyo en la pared, saco el culo, te siento entrar.

Cada uno tiene una postura que es su especialidad. Ésta es la tuya, no lo dudes.
Mis brazos, desde el codo hasta la mano están apoyados en la pared, siento cómo se me cargan los brazos al hacer fuerza para impulsar mi cuerpo contra tu polla, porque quiero sentirte más, necesito que entres en mí.
Tu mano me coge de la cadera, tu otra mano se apoya en la curva que forma mi espalda al sacar el culo buscándote o me coge del hombro para tirar de mí.
 

Es la forma de moverte.
Es la intensidad que le das sin ni siquiera darte cuenta.
Es no verte pero sí oírte.
Es la manera en la que entras en mí.
Es esa polla que me pone tan fuera de mí.
Es puro deseo.
 

Llega un momento en que ni siquiera tengo el control sobre mí misma, soy sólo presa del morbo, soy la dueña de la palabra lascivia, soy orgasmos encadenados, soy la marea que lubrica tu polla, sobre la que caigo una y otra vez.
Y tú? Tú eres...morbo. 

miércoles, 2 de marzo de 2011

Princesa de ciudad

Hay princesas de cuento que se asoman al balcón de su palacio y se dejan cortejar por trovadores que cantan bajo su ventana. 
Y conquistadas por sus voces, dejan caer su larga trenza con un mensaje con la hora y el sitio donde quieren citarse con su tunante. 
Recorren la ciudad en carroza para bailar con su pretendiente y se dejan besar furtivamente a la entrada de palacio antes de escapar corriendo al oír las 12 campanadas mientras se sujetan las enaguas del vestido para no pisárselas. 
Si alguno de esos trovadores osara violentar a la dama con indecentes propuestas, sus masculinos allegados habrían de luchar por defender su honor ya que las princesas de cuento guardan la honra bajo llave y su virginidad (oh, divino tesoro!) sólo se entrega al príncipe azul que no sólo se gane su amor sino que además esté dispuesto a atragantarse de perdices por el resto de los tiempos.

Pero claro...mi piso no es un palacio, las trenzas me quedan fatal, las enaguas me hacen ancha de caderas, mi padre llega demasiado cansado del trabajo como para batirse en duelo y las perdices están a un precio que cualquiera se permite comerlas todos los días.

Con esto quiero decir que yo soy más princesa de ciudad. Llevo otro ritmo, tengo una moral menos estricta y no me sobra el tiempo como para perderlo.

Si un trovador ronda tras la ventana del messenger meses enteros y me provoca para luego quedar conmigo y decirme recién pasada la medianoche que "me voy a ir yendo que mañana trabajo y vivo lejísimos", pierde la magia. Si después de eso me besa con ese fervor que tanto gusta a las princesas "para que tengas más ganas de verme la próxima vez", me quedo con cara de tonta. Pero a esta princesa ya no le engaña para volver a quedar.

Si un tunante me despide con un amable beso de buenas noches y en la siguiente cita me sorprende con un "me gusta irte conociendo poco a poco", ya se puede ir buscando otra dama de compañía.

Si llego a saber que hay príncipes que encienden el fuego para luego dejarlo extinguir en un interminable cortejo sin consumación, no me hubiera hecho falta dar esquinazo a la carabina. 



Pero es curioso porque a pesar de mi poco interés (una vez me dejan con las ganas, dos no), siempre vuelven. Los príncipes de cuento no cejan en su empeño de conquistar a la princesa con largas veladas a la luz de la luna hablando del brillo de su cabello y la dulzura de su voz.

Las princesas de ciudad queremos divertirnos, llevamos el pelo suelto, no necesitamos que nos adulen hasta la extenuación para luego dejarnos abandonadas con un beso de buenas noches y comprobando las pilas del vibrador y preferimos un canalla a un trovador.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Tintorería

Ayer salí más pronto que de costumbre del trabajo.
De camino a casa, pasé por el centro comercial a recoger una cosa de la tintorería. 

Paso por delante de la tienda, mi cuello se gira hacia el escaparate y descubro que el maniquí tiene un vestido del que me acabo de enamorar. Así que mientras mi mente intenta recordarme que tengo tantos vestidos que me faltan días para ponérmelos, mis pies ya van andando hacia la tienda. 
Y tal y como reza esa regla que no está escrita en ningún sitio, los días que no vas expresamente de compras son los días en los que encuentras todo lo que te gusta, en el color que te encanta y no sólo de tu talla sino como si te lo hubieran hecho a medida. 
Tú entrabas a ver el vestido del escaparate pero resulta que acaban de traer la ropa de la nueva temporada que aún no conoces, una cosa lleva a la otra, todo te sienta bien, etc., la historia de siempre. 
Acabas pagando varias prendas y cuando sales de la tienda, tus pies ya han decidido que ya puestos, te das una vuelta por las otras tiendas alrededor que también te gustan. En definitiva, en dos palabras: estás perdida. Y lo sabes. Y te da igual. Porque te pasas todo el día en el trabajo y a veces necesitas estas tardes de excesos. 
4 bolsas de diferentes tiendas más tarde, con la tarjeta aún dando brincos de excitación en el bolso, sientes una especie de euforia, un subidón de adrenalina, un chute hormonal, una intoxicación de esas endorfinas que produce el organismo cuando estás a gusto, esa sensación que sólo entienden las personas que disfrutan yendo de compras, estoy tan pletórica, tan revolucionada que necesito quemar esas energías. Nada me apetece más ahora que un buen rato de sexo.

Como esos ratos que paso contigo. Cuando me follas en ese ritmo perfecto. Empezando por calentarme despacio, martirizando mi cuello con pequeñas caricias, esos besos que van subiendo de temperatura hasta que provocan un enorme incendio en mi ropa interior que no se apaga a pesar de mi humedad. Después me dejas encenderme acariciándote mientras gimes. Y no sé cómo consigues siempre que lo que ha empezado como un tranquilo intercambio de caricias sensuales acabe siendo un polvo desaforado, de ésos en los que pierdo tanto el control que ya no sé ni si quiero correrme para aliviar la excitación, si prefiero no llegar al orgasmo para alargar la sensación o si lo mejor es llegar cuanto antes para volverme a correr después. 

Pero hoy, ahórrate los preliminares, las caricias en el cuello, los besos inocentes del principio. Mejor cógeme en volandas, apóyame contra la pared y sáciame este exceso de adrenalina, relájame a base de orgasmos. 
El mejor final para una tarde como ésta. 


P.D. No, no recogí nada de la tintorería porque cuando llegué, habían cerrado. Y la verdad, nada me importó menos que eso en una tarde como la de ayer. 

miércoles, 16 de febrero de 2011

Preguntas indiscretas

Hay preguntas que no deberían hacerse porque a veces la respuesta que recibiríamos no sería la que nos gustaría oír.

- ¿A cuántos tienes como yo?

En un momento que digamos que no era el más oportuno, me suelta él esa pregunta.
Se refería a cuántos amantes tenía en mi vida dispuestos a sexo sin compromisos, esporádico, puntual.
Y yo no sé si en realidad le hubiera gustado saber la respuesta.
¿Es fruto de la inseguridad el anhelo de querer sentirte único? ¿O simplemente el ego se hincha más si descubres que cuentas con la única franquicia abierta de mi cuerpo? ¿O es afán de posesión?
Mi cuerpo me pertenece y dado que yo no engaño, no miento acerca de lo que quiero, pretender gozar de la exclusividad, de la patente de mi deseo no viene a cuento, es bastante ingenuo de hecho.

- ¿Con cuántos tíos te has acostado?

Con la mitad y otro tanto. ¿De verdad quieres respuesta? ¿Te haría sentir mejor o peor saber que eres uno de muchos o de unos pocos? ¿Crece tu deseo al sentirte único o te excita más saber que a pesar de la cantidad y la experiencia, me pareces merecedor de un halago?

- ¿Vas a escribir sobre mí en tu blog?

Esto también me lo preguntan de vez en cuando. ¿Necesitas verte reflejado en mi blog para alimentar al machito dentro de ti?

Que no me tiren de la lengua que el que pregunta se arriesga a que le contesten.

domingo, 13 de febrero de 2011

Ese sabor tan tuyo

Aún intenta mi respiración volver a un ritmo normal. 

Mi pecho se hincha y los dedos de mis pies intentan acostumbrarse a estar estirados después de una increíble noria de sensaciones que me han dejado casi sin resuello. 
Tantas veces se ha repetido este momento y me sigue sorprendiendo como la primera vez que conozcas con tal precisión todos los caminos que me llevan al orgasmo. 

Me miras, sonríes con ese gesto tan tuyo y te levantas de la cama. Vas a tu cazadora en un rito que se repite siempre. Recopilas todo lo necesario de distintos bolsillos y vuelves a la cama.
A veces es maría, a veces una piedra, a veces aceite de hachís. 
Te tumbas de nuevo a mi lado, semiincorporado, y mientras hablamos o reímos, tus dedos se mueven a una pasmosa velocidad, los tendones de tus antebrazos se marcan a través de la piel mientras te preparas el peta. 
¡Estás tan sexy así!

Lo has hecho deprisa pero ha quedado perfecto, ladeas la cabeza, enciendes el mechero, colocas la mano alrededor protegiendo la llama, aspiras. Mil veces te habré visto hacerlo y otras mil veces me encantaría volver a verte hacerlo. 
El olor se expande por la habitación, el humo asciende dibujando formas abstractas, yo te miro y podría pasarme así una vida entera de las siete que dicen que tenemos todas las gatas como yo.

Invariablemente, inmune a todos esos millones de veces que te he dicho que no, como si me dieras la oportunidad de cambiar de opinión, me miras echando el humo hacia arriba, el peta entre tu dedo pulgar y el corazón, cogido por el borde, extiendes el brazo hacia mí y dices: 

- ¿Quieres? Ya, ya sé que siempre dices que no, pero por si acaso cambias de opinión...

Yo vuelvo a decir que no, meneo la cabeza sonriendo. 
No quiero.
Ninguna droga, ninguna sustancia va a provocarme lo que me provocas tú. 
Mi relajación, mi mundo aparte, mi universo paralelo, mi arco iris de colores eres tú cuando me haces gozar. No necesito nada más. 

- Yo tampoco necesito nada más. No es eso. Es que relaja. - me dices. 

- No te relajes demasiado, voy a querer repetir. 

- ¿Alguna vez me he relajado demasiado estando contigo? Mira que si empiezas a decir tonterías, te mato a cosquillas!. 

- Vale, vale, nunca te has relajado demasiado. La verdad es que eres el amante más fiable que he tenido nunca, aún no he oído nunca de ti un "no puedo más", estás hecho un chaval, jaja. 

- Y eso con la mala vida que llevo... - dice mientras se ríe y le salen esas arrugas alrededor de los ojos. Creo que nada me gusta tanto de él como eso. Desde el primer día. 

- A pesar de la mala vida, tienes un cuerpo para el delito, eh?. Eso sin mencionar...ejem...otras cosas - susurro esto último mientras la uña de mi dedo índice baja del ombligo al pubis y se dirige al muslo.

- Ya verás en cuanto dé un par de caladas más, que no haces más que provocarme - me reta con esa cara de morbo que podría derretirme de deseo, aquí, ahora, sin ni siquiera tocarme. 

Unas caladas más tarde, deja el peta en el cenicero, se acerca a mí y me besa.
Le sabe la boca a porro. Cuando estoy con él, ese sabor me despierta el deseo. Lo asocio a esa calidad de sexo que es difícil de encontrar por ahí. 
Me deja su sabor en la boca y va perdiéndose por mi cuerpo para tatuarme ese sabor en la piel, en los pliegues de los que no quiero que salga. 

Sé lo que viene ahora y lo estoy deseando. 

martes, 8 de febrero de 2011

364 días sin vernos

Cuando tienes previsto reencontrarte con alguien después de mucho tiempo, siempre te asaltan dudas. Porque sabes que la memoria juega malas pasadas y que los recuerdos siempre están recubiertos de una pátina de lustre, de brillo, idealizados por el tiempo. Y lo que recuerdas bueno quizá no lo sea tanto y lo que recuerdas malo (si lo hubiera), quizá no era tan exageradamente insoportable. 

Y nosotros, por circunstancias que no vienen a cuento, llevábamos exactamente 364 días sin vernos. Eso son muchos días. 

Muchas variables se repetían como calcadas tras 364 días porque yo volvía a llegar tarde, como entonces (esa variable se suele repetir en todas las coordenadas espacio-temporales, jajaja). Tú llevabas la misma cazadora. Habíamos quedado en el mismo sitio y tú sonreías igual que aquel día. Tus besos sabían también como antaño a tabaco y chicle. 

Pero la memoria no me fallaba al recordar cuál era tu punto débil y tú recordabas perfectamente el mío. 
Aún sabías por dónde pasa la senda del deseo en mi cuerpo. 
Tu polla aún se acordaba del rastro de mi saliva y del cerco de mis labios alrededor de ella. 

Sin duda el recuerdo más nítido que yo tenía era lo bien que dominabas cualquier postura. Y no, no me fallaba la memoria para nada. Porque nuestros cuerpos se acoplaban y se seguían el ritmo en cualquier postura, sin más melodía de fondo que las palabras jadeantes que escapaban de nuestros labios. 
Tú sobre mí, ahora mi pierna izquierda en tu hombro. Entrando y saliendo. 
Yo sobre ti, rotando las caderas, sintiéndote mío, jugando a volverte loco. Orgasmos. Movimientos salvajes, descontrol.
Luego de lado, gimes, me muevo, me corro, jadeas, me llenas con tu polla.
Ahora a 4 patas, entrando entero, cogiéndome fuerte de las caderas, dejándome llevar el ritmo, luego llevándolo tú, fuerte, duro, rápido, deprisa.
Tumbada boca abajo, sintiéndome estrecha, gimes en mi oído, me masturbas a la vez, me deshago en tus dedos. Estás durísimo, me vuelves loca.
Tú de rodillas, yo de lado. Nos deben estar oyendo en mi casa. El roce es tan intenso que voy a morir de gusto. Tu cara es la puta máscara del placer hecho realidad.
Más placer, más jadeos, más orgasmos.
Así infinidad de posturas. Siempre encontrándonos el ritmo, siempre bailando al mismo son. 

La distancia no hace el olvido porque nuestros cuerpos recordaban todo, se sintieron a gusto en cuanto la ropa se nos resbaló por la piel, se reconocieron en la autopista del deseo. 
364 días parecían muchos pero la realidad es tozuda y muestra que hubiera merecido la pena esperar incluso 728.

jueves, 3 de febrero de 2011

Canciones

No escucho música, no tengo música en casa, no oigo música en el coche, la música me deja bastante indiferente.
Pero cuando alguna vez oigo esas canciones, me acuerdo de él. Cantándomelas al oído en un autobús de vuelta de nuestro primer viaje juntos, cuando aún no tenía mi dinero, cuando aún miraba los precios antes de meterme en un bar, cuando nada en la vida me importaba menos que eso, cuando todo lo que me hacía feliz estaba allí, a mi lado, pegado a mí, cuando aún no te había dicho te quiero pero esas dos palabras ya me quemaban en la punta de la lengua.
Y se me pone aún la piel de gallina. Se me encoge el corazón al rememorar la magnitud de aquel sentimiento que parecía imbatible, que se me antojaba eterno en mi tierna inocencia de entonces.

Luego, unos años después, aquellos meses horribles, los días pasando sin que pasara nada, la tristeza en el bolso y una piedra en el estómago, los ojos acuosos. Moviéndome arrastrada por la marea de gente en el metro, ahogada en cada paso que daba sin dirección. Una ciudad enorme y sin embargo, cada recoveco llevaba tu nombre. Ningún bar cerraba lo demasiado tarde, ninguna barra me dejaba olvidarte, ninguna copa (y fueron muchas) me hacía perder la memoria.
Un día tras otro, ahogada, sin aire, en las calles donde un día anduve contigo, ratos vacíos que antes pasaba contigo. Y mi gente sin saber qué decirme, sin saber cómo sacarme de ahí. Yo buscando una salida para no enloquecer, preguntándome cada segundo qué había fallado, durmiendo cada día en una habitación llena de tus recuerdos, viendo la foto que nunca me atreví a dar la vuelta.
Meses en los que no pisé determinados lugares ni escuché ninguna de esas canciones, meses en los que sonreía sin sonreír porque la pena me aturdía.
Y ninguno era tan bueno como tú, nadie merecía tocar lo que aún seguía sintiéndose tuyo, nadie tenía tus ojos ni tu voz.
Un trozo de papel a merced del viento, una marioneta a la que dirigen, una figura de cera, una convidada de piedra, un mar de dudas y un montón de decisiones por tomar que no tomaba porque me faltaban las fuerzas. Buscando una salida pero sin poder moverme de la silla. Ésa era yo.
Lo peor era saber que había tomado la decisión correcta pero que eso no me hacía más feliz porque no sabía cómo seguir sin ti.

Con la perspectiva del tiempo sé que todo pasa y todo se cura. Pero al oír esas canciones se me sigue poniendo la piel de gallina.


viernes, 28 de enero de 2011

¿No es tanto pedir, no? (II)

******************Reedición a las 8:31 AM:**********************
Unas copas y una graciosa borrachera después, totalmente dormida en el trabajo, confirmo que:
- el alcohol no quita penas pero las ahoga
- el que no quiera, él se lo pierde
- menos mal que una es chica de recursos y siempre tiene algún as en la manga
 
- he hecho una limpieza de agenda que me pesa hasta menos el móvil
- eso sí, tanto ahora como en el futuro se aceptan candidatos con las ideas claras y ganas de sexo

¿No es tanto pedir, no?

Hoy estoy muy puta. Sí, ya sé que estas son palabras que no usan las señoritas pero es que es así. No estoy excitada, no es que tenga ganas de follar, es que tengo muuuuuchas ganas.

Y sí, que estoy un poco susceptible, puede ser, pero de verdad que follar no puede ser tan complicado. 
Estoy harta de los que me agobian, de quien se cree con derechos sobre mí y confunde una llamada para follar con una declaración de amor eterno, de los que pretenden tener 3 citas antes de hacerme jadear de placer, los hay que ponen condiciones (¿esto qué es? ¿negociando para follar?), luego están los que vienen de casa con una maleta de comidas de coco y movidas a que les haga yo de psicóloga o los ofendidos por no sentirse suficientemente alimentados en su ego. 

A ver, que sólo quiero follar. Pero vamos, que al parecer hoy no es mi día.

Mañana pongo un anuncio: " Se busca compañero de cama para una noche. Nada más. Interesados en una noche de buen sexo, escriban a Susurros". No busco marido ni pareja para comer perdices, no busco amigos para tomarme copas (de ésos ya tengo) ni busco clientes para mi sillón de psicóloga (eso servicio es sólo para amigos). 

Quiero un tío que me folle, que me llene de leche, que me emputezca con sus golpes de cadera, que me haga gemir cuando mis manos se enreden en su pelo y su lengua se pierda en la sima de mi humedad. 
Quiero que me ponga a 4 patas y me folle, que me acerque su polla dura a la boca, que me coma los pezones, que me encienda con su mirada, que me acaricie hasta que pierda la noción del tiempo y el espacio. 
Quiero chupar, comer, lamer, gemir, gritar, correrme, que te corras, succionar, acariciar, besar, ensalivar, relamer, jugar, tocar, palpar, mirar, ver, oler, oír, jadear...
No creo que sea tanto pedir ni tan difícil de encontrar. 
Pues, hoy, al parecer, lo es.

domingo, 23 de enero de 2011

El morbo de lo prohibido

Lo prohibido siempre apetece. Es algo que no se puede controlar, una especie de morbo al que es difícil negarse.

Máxime cuando lo prohibido tiene medidas de actor porno. Y no es sólo eso, porque me gustan sus brazos fuertes y que nunca se canse de probar cosas nuevas.

Una llamada:

- He quedado con éstos, ¿te vienes?
Sonrío. Porque sé que va a estar él, C..
- Vale, me apunto. 
- A las 10 donde siempre. 
- Ok. 
Éstos son un grupo muy heterogéneo en edades y gustos pero nos conocemos hace tanto tiempo que el resto da lo mismo.

Llego tarde, para variar, veo que están ya casi todos aunque no he llegado la última. 

Saludos, dos besos. Llego donde está él y adivino por la fugaz expresión de sorpresa que cruza su rostro que no sabía que yo también venía.

- Hombre, ¿qué tal?. Dos besos. 

- Bien, bien, ¿y tú? ¡Cuánto tiempo sin verte! - dice mientras me da dos besos y se pone un poco rojo. 
¡¡Si el resto supiera que no hace muchos días estuvimos compartiendo todas las letras de la palabra placer juntos!!. Jeje. 
Me da morbo la situación. A él, superada la sorpresa inicial que le ha causado un poco de vergüenza, también.

Vamos de bares. Y es complicado tratarle como a uno más cuando no lo es. Hacer como que no estás al día de su vida, su curro, sus escarceos a pesar de haberlos compartido entre confidencias entre las sábanas.

- ¿Sabes que C. se independiza? Dice que la semana que viene, cuando esté instalado del todo, hace una fiesta de inauguración del piso. 

- Ah, ¿sí?. Bueno, pues habrá que ir. ¿Por dónde está el piso?
- Arturo Soria - dice sonriéndome. 
Nadie ha de sospechar que yo ya lo conozco, que he tenido mi particular fiesta de inauguración del piso y que esas paredes ya han oído mis jadeos, esas sábanas están impregnadas de mi olor y ese sofá ya ha sentido nuestro peso sobre él.

Estando de cañas, me vibra el móvil. Un mensaje: "Joder, por qué no has dicho que venías? Me he quedado super pillado al principio. Espero que no lo hayan notado". No me da tiempo a contestar cuando entra otro mensaje: "Qué morbo me da la situación!". 

Sonrío y guardo el móvil.

Voy al baño y, al salir, le veo entrando al de tíos o al menos haciendo como que entra. Me acerco, le como la boca, le suelto un par de guarradas al oído y vuelvo al grupo fantaseando con lo dura que se le habrá puesto. 


Me pone la situación. Me pone mucho.

Las miradas se suceden, varias veces me acerco a hablar con él como con cualquier otro pero aunque nadie lo sospecha, la conversación no gira en torno a banalidades sino a explosivas palabras pronunciadas sin que la expresión de mi cara cambie ni un ápice y destinadas a ponerle tan cachondo como me tiene a mí la situación.

- Oye, que cierran aquí. ¿Qué hacemos?

- Dice G. que podemos ir a su piso que le queda un montón de bebida de la última fiesta. 
- Hay que comprar mezcla, eso sí que no hay. En Opencor o en una gasolinera.
- ¿Pilla algo de camino?
- Hay una gasolinera por la casa de G., donde vivía antes A por ejemplo. Y Opencor está aún abierto hasta la una, ése también pilla de camino, donde la cuesta.
- Ni idea. 
- Yo sé dónde está. - digo yo. 
- Entonces vete tú en el coche de algunos de los que no ha bebido y compráis la mezcla. Los que no cabemos en los coches, nos vamos en metro. Nos vemos en el piso.

Una parte del grupo se pierde en la boca del Metro. El dueño del piso donde vamos se va en coche con uno de los que conduce y otros dos colegas. En el otro coche se montan las tías para cotillear.

- Vale, pues yo me voy con C. y paramos a comprar. - si lo hubiéramos preparado no hubiera salido tan bordado, jaja. 

- ¿Quieres que vaya con vosotros? - dice una de las tías. 
- No, no hace falta pero como quieras - contesto con la boca pequeña deseando que diga que no viene.

Y sí, nos vamos solos y paramos en el Opencor y compramos todo. Pero también nos da tiempo a darnos los besos que llevamos guardando toda la noche y a que se le ponga dura en mi boca mientras cruzamos la M-30 y a que se corra poco antes de llegar al Opencor cuando aparcamos en el callejón de al lado. 

Aún es como si oyera la frase que siempre repite cuando estamos juntos: 
- Pero tía, ¿dónde voy a encontrar a otra como tú?

Cuando llegamos al piso, subiendo en el ascensor, somos incapaces de quitarnos las manos de encima, yo no me he corrido y estoy ardiendo de deseo y su descomunal polla dura o el sabor de su leche en mi boca no mejoran la situación que digamos. 

Justo un segundo antes de que se abra la puerta, me susurra: 
- Hoy no te vas a casa sin correrte. Prometido.

Se abre la puerta, yo intento disimular pero tengo la piel de gallina y los pezones a punto de marcarse incluso a través del abrigo.

Estoy en la fiesta pero no estoy. Me río pero tengo la cabeza en otro sitio. Escucho las historias pero un escalofrío me recorre cada vez que me mira como indiferente. Llevo tantas horas cachonda perdida que he perdido la cuenta.

Y quizá si el resto lo supiera, no nos pondría tanto liarnos a escondidas del mundo. Y si las circunstancias y las amistades no nos prohibieran dar rienda suelta al deseo, no nos hubiéramos sentido tan atraídos. Pero el caso es que, que esté prohibido, le da un plus de morbo a la situación.

Cuando la fiesta empieza a decaer, me llega otro mensaje y la vibración del móvil me hace vibrar a mí también: "Dí que te vas a casa de cualquiera de tus rollos, cógete el taxi sola y espérame en el piso. Te voy a comer hasta que me pidas que pare".

Y así acaba la noche. Desquitándome por esperar tantas horas, reinaugurando el nuevo piso que ya conozco, siendo recompensada por tantas horas de espera. Sintiéndome llena y esto lo digo tanto en sentido figurado como literal porque mi particular actor porno me sacia en cantidad y calidad. Mmm, me da mucho morbo lo prohibido!. 


miércoles, 12 de enero de 2011

Lo que vale un peine

Así como Sevilla es mi ciudad gafe, siempre me sale rana cualquier rollo de allí, Málaga me engancha.

Malagueño era F., aquel chaval que fue lo que se podría llamar mi primer amor. Con su polo verde, su cara de golfo, su sonrisa sarcástica. ¡Qué tiempos!. Con el tiempo le perdí la pista pero aún recuerdo que cumplía años el mismo día que mi madre.

A Málaga me fuí de viaje con mi mejor amiga y conocí a un malagueño que me hizo plantearme cambiar mi billete de vuelta por una noche más con él.

De allí es también el cámara de tv, mi malagueño con piso en la buhardilla esquina séptimo cielo. Con el que, por cierto, he retomado el contacto y le debo un post.

Y malagueño era quien me enseñó lo que vale un peine. El cuarto y mitad de peine malagueño no sé a qué precio está pero debe cotizar alto. Porque si en plena resaca de Nochevieja, después de dormir 6 horas, es capaz de enloquecerme así, compraría sin dudarlo una participación en el monolito entre sus ingles.
Sobre todo, me hizo reír, mucho. Hasta que se me corrió el rimmel. A veces, uno encuentra a alguien que es tan buena gente que parece mentira que aún quede gente así.
Me ha dado su teléfono. Me ha invitado a Málaga. Se ha ofrecido a visitarme él. Pero ya le dije que hay recuerdos tan buenos que no sé si merece la pena empañarlos con una segunda vez. Le quiero recordar así, como aquella noche.
A no ser que me de el puntazo...


sábado, 8 de enero de 2011

Los Reyes

Hoy toca post pastelón porque es mi blog, es lo que tiene ser la dictadora con poder absoluto elegida democráticamente por unanimidad entre un electorado de 1 votante (que es la menda en persona) de este sitio donde cuento lo que me da la gana.

Que sí, que tengo 30 años, que en mi curro me consideran una persona seria (mi madre llora de risa cada vez que lo cuento, no sé muy bien por qué), que por lo visto "estoy ya mayor para segun qué" como se encargan de repetirme hasta la saciedad los moralistas de librillo.
Y que sí, que también soy fría, racional, frívola en ocasiones, borde a ratos, responsable los días que no caen en laborables ni festivos y a ratos hasta me comporto como si fuera adulta.

Pero en Reyes no. En Reyes resucito a la niña que nunca he dejado de ser. 
No voy a la Cabalgata porque no tengo quien me lleve a hombros para coger caramelos. 
Y claro que salgo la noche de Reyes pero me acuesto nerviosa.
A pesar de la resaca, el sueño y mi profundo odio a los madrugones, ese día se madruga y se entra en el salón con un gusanillo en el estómago.
Es un rito. Abrir regalos, abrirlos despacio, dedicando tiempo, saboreando la sensación, disfrutando de las caras de sorpresa de aquellos a quien regalas.
Me gustan las sorpresas, me gusta comprar sorpresas, me gusta envolver con cariño, personalizar cada regalo.
Ver a mis padres con los ojos brillantes de emoción cuando abren un regalo que no esperaban, eso no tiene precio.
Ir a comprar y disfrutar el momento de encontrar el regalo perfecto mientras me recorre una especie de nerviosismo e impaciencia porque llegue el momento de hacer feliz al destinatario, es impagable.
Abrir una sorpresa, algo que no esperaba, notar el tacto del papel, leer la tarjeta dedicada, eso tampoco se puede contabilizar con unidades de medida al uso.

Me gusta sacar ese día a la niña que a veces las circunstancias obligan a esconderse tras el abrigo de la frialdad y la indiferencia. 
Me encanta ese día porque puedo volver a ser aquella enana que creía que los Reyes tenían la caligrafía de mi madre porque también habían estudiado en un colegio francés (jajaja, qué inocente era!). La enana que asomada a la ventana creía ver la sombra de los camellos en la esquina de la calle y se metía en la cama corriendo.

Y el mejor regalo no es ninguno que haya venido envuelto en un papel sino esa sensación, la de colmar de felicidad a alguien que quieres.

Si algún día no me ataca el virus de la infantilidad y la niñez el día de Reyes, algo se me habrá muerto por dentro.