Ayer salí más pronto que de costumbre del trabajo.
De camino a casa, pasé por el centro comercial a recoger una cosa de la tintorería.
Paso por delante de la tienda, mi cuello se gira hacia el escaparate y descubro que el maniquí tiene un vestido del que me acabo de enamorar. Así que mientras mi mente intenta recordarme que tengo tantos vestidos que me faltan días para ponérmelos, mis pies ya van andando hacia la tienda.
Y tal y como reza esa regla que no está escrita en ningún sitio, los días que no vas expresamente de compras son los días en los que encuentras todo lo que te gusta, en el color que te encanta y no sólo de tu talla sino como si te lo hubieran hecho a medida.
Tú entrabas a ver el vestido del escaparate pero resulta que acaban de traer la ropa de la nueva temporada que aún no conoces, una cosa lleva a la otra, todo te sienta bien, etc., la historia de siempre.
Acabas pagando varias prendas y cuando sales de la tienda, tus pies ya han decidido que ya puestos, te das una vuelta por las otras tiendas alrededor que también te gustan. En definitiva, en dos palabras: estás perdida. Y lo sabes. Y te da igual. Porque te pasas todo el día en el trabajo y a veces necesitas estas tardes de excesos.
4 bolsas de diferentes tiendas más tarde, con la tarjeta aún dando brincos de excitación en el bolso, sientes una especie de euforia, un subidón de adrenalina, un chute hormonal, una intoxicación de esas endorfinas que produce el organismo cuando estás a gusto, esa sensación que sólo entienden las personas que disfrutan yendo de compras, estoy tan pletórica, tan revolucionada que necesito quemar esas energías. Nada me apetece más ahora que un buen rato de sexo.
Como esos ratos que paso contigo. Cuando me follas en ese ritmo perfecto. Empezando por calentarme despacio, martirizando mi cuello con pequeñas caricias, esos besos que van subiendo de temperatura hasta que provocan un enorme incendio en mi ropa interior que no se apaga a pesar de mi humedad. Después me dejas encenderme acariciándote mientras gimes. Y no sé cómo consigues siempre que lo que ha empezado como un tranquilo intercambio de caricias sensuales acabe siendo un polvo desaforado, de ésos en los que pierdo tanto el control que ya no sé ni si quiero correrme para aliviar la excitación, si prefiero no llegar al orgasmo para alargar la sensación o si lo mejor es llegar cuanto antes para volverme a correr después.
Pero hoy, ahórrate los preliminares, las caricias en el cuello, los besos inocentes del principio. Mejor cógeme en volandas, apóyame contra la pared y sáciame este exceso de adrenalina, relájame a base de orgasmos.
El mejor final para una tarde como ésta.
P.D. No, no recogí nada de la tintorería porque cuando llegué, habían cerrado. Y la verdad, nada me importó menos que eso en una tarde como la de ayer.
De camino a casa, pasé por el centro comercial a recoger una cosa de la tintorería.
Paso por delante de la tienda, mi cuello se gira hacia el escaparate y descubro que el maniquí tiene un vestido del que me acabo de enamorar. Así que mientras mi mente intenta recordarme que tengo tantos vestidos que me faltan días para ponérmelos, mis pies ya van andando hacia la tienda.
Y tal y como reza esa regla que no está escrita en ningún sitio, los días que no vas expresamente de compras son los días en los que encuentras todo lo que te gusta, en el color que te encanta y no sólo de tu talla sino como si te lo hubieran hecho a medida.
Tú entrabas a ver el vestido del escaparate pero resulta que acaban de traer la ropa de la nueva temporada que aún no conoces, una cosa lleva a la otra, todo te sienta bien, etc., la historia de siempre.
Acabas pagando varias prendas y cuando sales de la tienda, tus pies ya han decidido que ya puestos, te das una vuelta por las otras tiendas alrededor que también te gustan. En definitiva, en dos palabras: estás perdida. Y lo sabes. Y te da igual. Porque te pasas todo el día en el trabajo y a veces necesitas estas tardes de excesos.
4 bolsas de diferentes tiendas más tarde, con la tarjeta aún dando brincos de excitación en el bolso, sientes una especie de euforia, un subidón de adrenalina, un chute hormonal, una intoxicación de esas endorfinas que produce el organismo cuando estás a gusto, esa sensación que sólo entienden las personas que disfrutan yendo de compras, estoy tan pletórica, tan revolucionada que necesito quemar esas energías. Nada me apetece más ahora que un buen rato de sexo.
Como esos ratos que paso contigo. Cuando me follas en ese ritmo perfecto. Empezando por calentarme despacio, martirizando mi cuello con pequeñas caricias, esos besos que van subiendo de temperatura hasta que provocan un enorme incendio en mi ropa interior que no se apaga a pesar de mi humedad. Después me dejas encenderme acariciándote mientras gimes. Y no sé cómo consigues siempre que lo que ha empezado como un tranquilo intercambio de caricias sensuales acabe siendo un polvo desaforado, de ésos en los que pierdo tanto el control que ya no sé ni si quiero correrme para aliviar la excitación, si prefiero no llegar al orgasmo para alargar la sensación o si lo mejor es llegar cuanto antes para volverme a correr después.
Pero hoy, ahórrate los preliminares, las caricias en el cuello, los besos inocentes del principio. Mejor cógeme en volandas, apóyame contra la pared y sáciame este exceso de adrenalina, relájame a base de orgasmos.
El mejor final para una tarde como ésta.
P.D. No, no recogí nada de la tintorería porque cuando llegué, habían cerrado. Y la verdad, nada me importó menos que eso en una tarde como la de ayer.