jueves, 1 de octubre de 2009

Duelo de placer

Abro la puerta. Ya noto que estoy mojada antes de abrirla.
Sé que al otro lado de la puerta tú estás igual, excitado, nervioso, impaciente.

Me miras. Te miro.
Nos sale un hola bajito, como si no tuviéramos fuerzas para decir hola más fuerte.

Entras como un vendaval, cierras la puerta con el pie. Me agarras de la cintura, me apoyas contra la pared al lado de la puerta.
Llevo un vestido, tacones, aún tengo la ropa del curro.
Me miras fijamente y me besas, saboreo tu boca, me deleito en los movimientos de tu lengua a la que imagino ya en otro sitio.
Te separas, me miras de nuevo. Esos ojos verdes me están dejando sin aliento.

Comienzas a desnudarme. El vestido cae al suelo, ante ti mis tetas suben y bajan al ritmo de mi respiración. Fijas tu mirada en ellas, me quitas el sujetador y mis tetas siguen en el mismo sitio pero más accesibles, con los pezones desafiándote a chuparlos, duros, oscuros, esperándote.
Tus manos dibujan la forma de mi cuerpo, bajan, rozan mi cintura, siguen la curvilínea forma de mis caderas y se detienen en mi muslo. Tu boca se desliza por mis pezones, baja por mi ombligo y se detiene un momento mientras te dejas caer de rodillas. Mis piernas se separan por instinto. Tus manos sujetan mis ingles, mmis muslos, se abren paso, se hacen camino para llegar más dentro, para que tu lengua alcance mi humedad. Y por fin siento tu aliento y pienso que la espera ha sido eterna, que casi nunca he deseado algo con tantas ganas.

No quiero correrme. Aún no.
Te quito la camiseta. Si dedicara un minuto a cada parte de tu cuerpo que me gusta tendríamos una hora llena de cosas que hacer. Mis manos acarician tu piel, mis uñas se deslizan suaves, en forma de leve caricia, de alas de mariposa sobre tu torso. Me gustan tus pezones pequeñitos, que no tengas pelo, que cada músculo se marque.
Mientras admiro tu cuerpo y beso tus hombros, desabrocho el cinturón, estoy impaciente por tocar con mi mano ese miembro duro que hace un momento presionaba contra mis caderas.

Ufff, es grande pero sobre todo es ancha y está dura, durísima, adivino que deseosa de un contacto directo.
Cuando la veo, delante de mis ojos, se me escapa un gemido de admiración. Ya no soy yo. Me he convertido en otra, soy alguien que se mueve por instintos, que se deja llevar. Abro la boca, rodeo tu capullo, la dejo entrar y me guío por tus jadeos, son lo mejor para saber qué te gusta, cuándo se acerca tu orgasmo.
Siento cómo crece y me enloquece.
Siento cómo palpita. Mi coño no podría estar más mojado.
Me pones muy puta. Pierdo el control, chupo como si en ello me fuera la vida, acaricio tus huevos con mi mano y te miro fijamente, quiero ver en tus ojos el reflejo del placer, la sombra del descontrol que te provoco.

No quiero que te corras. Aún no.
Así que te llevo a la cama. Te tumbo.
Mi mano rodea tu polla. Y sobre ti, la coloco entre mis labios, donde la humedad adquiere la categoría de reina madre. Entra, despacio, mientras te miro y tu mirada alterna entre mis ojos y mis tetas. La dejo entrar despacio, porque sé que te gusta así. Mi coño se abre, tu polla se abre camino, me llena.
Subo y bajo dejando que veas cómo brilla por la humedad al salir. Mis manos se apoyan en tu pecho. No puedo más. Me recorre una tormenta de gusto, mis sentidos se pelean por mirarte, olerte, oírte y sentirte. Pero mi voz es la que llena la habitación, mi humedad es la que inunda tus ingles y mi mirada se pierde incapaz de centrarse en un punto dejando que mis párpados se cierren después de abrirse un segundo como platos, incapaces de dar crédito a la oleada de placer que me sacude. Me tiembla el cuerpo. Me palpita el coño. Me estalla el corazón desbocado en la boca, en las sienes, en los pezones, en la entrepierna.

Recupero el control. Consigo moverme, aún alucinada por la sensación que me acaba de invadir. Me ocupo de ti. Te hago un sitio en mi boca de nuevo, saboreo mi propio flujo, mi esencia. Y no paro, lo hago lo mejor que sé, porque te lo has ganado, porque me apetece, porque no hay nada que desee más en este momento que tu leche en mi boca. Creces, estás enorme, el roce de tu capullo con mi paladar y mi lengua te hace jadear, tus ojos vidriosos, tu capullo palpitante y de repente, un torrente contenido escapa de tu polla, me llena la boca tu sabor y los oídos tus gemidos. No paro hasta que no queda rastro de la leche que creo haberme ganado, de mi premio.
Tu cabeza ha caído hacia un lado, tu cuerpo ha vuelto a relajarse y tu mirada recupera poco a poco el contacto con los objetos de la habitación.

Me tumbo a tu lado en una tregua pasajera, corta. Tu polla sigue dura. Mis manos necesitan más piel, mi boca necesita probar más, mi coño grita porque no quiere esperar.
Un corto abrazo, un beso suave que empieza a dejar de serlo poco a poco.
Nuestros cuerpos en pie de guerra de nuevo. Mi aliento no ha dejado de jadear cuando empieza de nuevo a gemir. Pero ahora eres tú quien decide. Te pones sobre mí y yo me dejo hacer.
Ambos preparados para un nuevo asalto, para una nueva batalla entre las sábanas, para un duelo de titanes que nos de una victoria larga, húmeda, escandalosa, placentera.

Repetimos?

8 comentarios:

  1. Una batalla tras otra, que no cese la guerra.

    Un beso y gracias por visitarme y por tu comentario. Totalmente de aceurdo contigo, es BUENO, BUENISIMOOOOOOOOOO

    ResponderEliminar
  2. Ojalá y todas las guerras fuesen así, y el premio tras la dura batalla, el placer compartido...
    Un placer el leerte.

    ResponderEliminar
  3. Yo creo que desearia repetir sin duda.

    narrado con mucho ritmo, si señora, me ha gustado.

    Besos

    ResponderEliminar
  4. ¿esa es una pregunta retórica no? repite, repite, repite ... besos

    ResponderEliminar
  5. Para repetir hace falta acabar y tú parece que aún andas en ello :o)

    Besos

    ResponderEliminar
  6. En ese tipo de batallas, lo mejor que puede pasar es que nunca existen ni vencedores ni vencidos. :)

    Besos!

    ResponderEliminar
  7. Yo ni me lo preguntaba...
    Repetía seguro...
    Y seguro que tú también...

    Besos niña

    ResponderEliminar

Susurra lo que te apetezca...