lunes, 30 de mayo de 2011

Día tonto

Mis hormonas han dado un golpe de estado. El que dan de vez en cuando antes de que me venga la regla. 
Así que tengo cambios de humor como una veleta, paso de la euforia a la melancolía en milisegundos, las lágrimas ruedan a ratos por mis mejillas sin que sea capaz de decidir si son de risa o de pena (a pesar de no tener ninguna razón para estar triste), me duele la cabeza, a ratos estoy hipercachonda y a ratos apática sexualmente y tengo las tetas hinchadas y muy sensibles. 

Yo no digo que tenga sentido, ni siquiera digo que tenga razón o que haya que comprenderme, pero es así. No lo puedo cambiar. No me aguanto ni yo. Y hoy es lo que hay. 


Como me conozco, hoy no he hecho planes. Me he quedado en casita, me he bañado hasta que se me ha arrugado la piel, me he dado crema, me he hecho un peeling y he decidido cenar viendo lo más estúpido que he encontrado en la TV para distraerme. A pesar de ser una comedia (o lo que los americanos definen como una comedia con risas enlatadas que nos dicen cuándo hemos de reírnos), una frase tonta ha hecho que me corrieran lágrimas por las mejillas. No por nada en realidad, nada concreto, sólo porque sí. 
Como me he dado cuenta de lo ridículo de la situación, me ha entrado la risa, una risa que se ha convertido en carcajadas al ver mi imagen de loca desencajada reflejada en el cristal de la ventana.
Los gatos se han escondido detrás del sillón, por si acaso. 


Total que, en medio de este proceso, me llega un mensaje al móvil. 
- La última vez no pudimos vernos, cuándo te voy a ver? 
Y como estoy susceptible y creo leer un pequeño reproche que no me gusta nada en el tono en el que está redactado pero como en realidad no tengo derecho a pagar mi mal humor con nadie, no contesto. 


10 minutos. Otro mensaje. 
- No me has contestado. No me vas a contestar?
Ufff, respiro hondo. Odio que me agobien, que me pida explicaciones alguien que ha follado conmigo como si eso le diera derechos sobre mí. Que me pida explicaciones quien no tiene derecho a recibirlas. 
Respiro hondo. Contesto: 
- Ya hablaremos, hoy no es buen momento. 


13 minutos más tarde. Bip bip. Otro mensaje. 
- Es que yo quiero hablar hoy. Te llamo? 


Ya, y yo quiero un chalet en las Seychelles, jubilarme rica a los 33 y follarme a Brad Pitt. Pero así es la vida, no siempre tiene uno lo que quiere. 
Joder! Luego tengo fama de borde, se me critica porque dicen que soy seca pero es que CUÁL ES LA PARTE QUE NO HAS ENTENDIDO DE HOY NO ES BUEN MOMENTO??. 


Respiro hondo 5 veces. 
- HOY NO ES BUEN MOMENTO. Mañana te llamo. 


Uff, creo que lo mejor es que me ponga la peli de los días tontos.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Cosas mías

Nos conocemos hace tanto tiempo y tan bien que nos sobran la mitad de las palabras, quizá incluso todas. No hemos de explicarnos nada. Todo fluye, así, sin esfuerzo, simplemente fluye.

A veces es gratificante la novedad y probar nuevas pieles, nuevos besos, otras caricias. Sin embargo, en otras ocasiones no hay nada que más desee que estar contigo. Sabes todas esas pequeñas cosas de mí, mis manías, mis neuras, mis paranoias, todo eso que casi nadie sabe no porque sea un secreto sino porque hay que conocer mucho a alguien para saber determinadas cosas.

No necesitas preguntarme si quiero café para desayunar porque sabes que no bebo café.
Y me reconoces en el supermercado porque estoy oliendo todos los geles antes de decidirme por uno. O porque sabes que nunca cogería lo primero que hay en una estantería, siempre cojo algo de la 2ª o 3ª fila.

No me acaricias el pelo porque odio que me toquen el pelo y nunca se te ocurriría hacer piececitos conmigo consciente de la grima que me da que la planta de los pies de alguien roce mi cuerpo.

Nunca llegas a la hora que hemos quedado, sabes que siempre llego tarde.

Sabes bien que cuando tengo las hormonas tontas puedo llorar y al momento reírme y todo sin que medie razón para ello pero con una intensidad que es difícil de igualar.
Conoces no sólo los susurros al aire sino los que se esconden bajo la coraza.

Conoces la regla de los huevos fritos (no me atrevo a ponerla aquí porque es demasiado ridícula hasta para alguien que está tan loca como yo) y las preguntas existenciales que me preocupan en mi día a día.
Y sabes que soy capaz de jugar durante horas al pilla pilla con mis gatos o al fútbol en el pasillo de casa con bolitas de papel albal.
Que nada me hace más gracia que un chiste malo y corto aunque me lo cuenten mil veces porque siempre se me olvidan.

Sabes que tengo un trauma con las peras pero que comería cerezas hasta morir empachada. 

No mucha gente sabe que a final de mes me pica siempre la palma de la mano derecha antes de cobrar el sueldo.
O que mis amigas me llaman por un nombre que sólo les consiento a ellas por ser ellas pero odiaría si me lo llamara otra persona.

Sabes que canto cuando tengo frío o que dejo rodar la r en la lengua cuando algo me da grima y que casi nunca me quedo sin palabras.

No hace falta que te diga que lo que más me gusta de mí son mis dos lunares simétricos o que cualquier cosa si es roja me gusta el doble porque ese color me atrae irremediablemente. 


Conoces de sobra lo único que me molesta para dormir o que se me colorean los mofletes cuando tengo mucho sexo. Y que los animales me vuelven loca y despiertan en mí una ternura infinita. 

Sabes que odio los martes y me ponen melancólica los días grises con lluvia. Me encanta el sol. Mi elemento, mi medio es el agua; de ahí mis eternos baños con espuma hasta quedar arrugada como una pasa. 

Y que leo de todo, cualquier cosa menos poesía.Me muerdo el labio inferior pero sólo en un extremo cuando estoy excitada. 
O que no tengo ningún pijama desde hace siglos porque siempre me ha gustado dormir desnuda, que adoro la sensación de darme crema por el cuerpo, me duermo con una facilidad espantosa siempre que quiera dormirme y odio viajar en tren.

Sabes miles de pequeños secretos. Y millones de tonterías. 
Por eso me resulta tan fácil sentirme a gusto contigo. 

sábado, 14 de mayo de 2011

No me des las gracias

- No me des las gracias. - dice él confesando que le da vergüenza que lo haga.

Pero es que no es que te las de, no es que te las regale, es que te las mereces, te las has ganado.
Porque tomando algo, estamos al mismo nivel por decirlo de alguna manera (que no es la mejor forma de explicarlo pero sí la mejor que se me ocurre).
Nuestro concepto de relaciones se parece mucho pero en cuanto nos recluimos entre 4 paredes, mudos testigos de lo que acontece entre dos personas que se entregan al placer, siempre salgo ganando. O siempre salgo perdiendo, según se mire. Gano porque consigo muchos más orgasmos que los que consigo provocarle. Perdiendo porque no puedo devolverle lo que me da.
Pero sobre todo, salgo ganando porque la calidad es indiscutible, porque es muy bueno, demasiado bueno en lo que hace.

- No me des las gracias.

Pero te las tengo que dar porque jadeo al acordarme de cómo haces que pierda el sentido. Porque semanas después aún recuerdo esa sensación y me estremezco. Porque sabe dónde está el resorte de mi placer.

- No me des las gracias.


¿Cómo no dártelas? Si nunca recibo un no por respuesta, si siempre me das más de lo que esperaba a pesar de que las expectativas que tengo contigo están siempre un par de escalones más arriba de las que tengo con los demás.

- No me des las gracias.


Lo siento, pídeme otra cosa porque en eso no puedo complacerte. Cuando el orgasmo me deja volver a respirar de manera acompasada, cuando los dedos de mis pies vuelven a estirarse y no me sacuden los temblores del placer, la primera palabra que nace en mi boca, la única que se me ocurre atinar a decir, la que me quema la punta de la lengua es ésa, es gracias.

- No me des las gracias, que me da vergüenza, tonta.


Ya, pero no puedo evitarlo. Porque puedo dártelas con los ojos aún muy abiertos, como si no creyera que esto fuera verdad y sin embargo, tú sabes a qué me refiero. No hablo de mariposas en el estómago, no hablo de cursilerías ni de sentimientos, hablo de sensaciones, de placer, de deseo, de vicio, de emputecimiento, de gusto. De eso hablo. Y de nada más. Pero eso, a ti, no he de explicártelo. Y es una ventaja, no te creas.

- No me des las gracias.


Sí, te las doy. Porque te las mereces, te las ganas, puedes decir bien alto que eres el honroso merecedor de ellas.

lunes, 9 de mayo de 2011

Para lo que tú quieras

A mí el acento argentino me ha puesto siempre mucho.
Así que cuando fuí a pedir unas copas y me encontré con aquellos ojos al otro lado de la barra, me quedé durante un par de segundos, anonadada.
Porque era una de esas miradas que transmite "imagínate-mi-cara-cuando-me-corra-mirándote". Y unos segundos después su acento argentino preguntándome qué iba a querer me derritió tanto que pensé que iba a mojar el tanga.

En la siguiente ronda, cuando me ofrecí a ir a pedir yo después de no quitarle la vista de encima mientras se afanaba por atender a todos los clientes de un bar lleno de gente un viernes por la noche, pedí otra ronda y mientras clavaba sus ojos en mí, me soltó un "te pongo lo que quieras las veces que tú quieras" y entonces sí que mojé el tanga porque ese acento es como una especie de descarga eléctrica que me deja atontada.
Recogí el guante que me había lanzado y le pregunté que si ese "lo que quieras" incluía algo más que una copa. Y me salió bien la jugada porque él curraba hasta las 3 que se hacían las 3:45 mientras recogía pero luego "estoy libre para lo que quieras".
Así que me fuí a otro bar y prometí ir a buscarle cuando terminara su turno.

Allí estaba yo a las 3:45 (bueno, no, con 10 minutos de retraso porque si no, no sería yo) y allí estaba él, con cara de impaciencia. Iba pensando que quiza habría cambiado de opinión, que quizá no le encontraría, pero su cara ya me dijo que iba confundida porque si el deseo tuviera cara, sería la suya.

Echamos a andar, camino de un bar donde conocernos mejor pero ni siquiera llegamos a doblar la esquina antes de que sus labios buscaran el camino a los míos y un susurro en mi oreja me hiciera temblar de deseo. Sus besos sabían a chicle y a vicio. Sus manos dibujaban caricias bajo mi vestido y sus ojos me miraban como si me comieran con sólo mirarme.

Recompuesto el vestido, con su sabor en mi boca y mi coño palpitando de deseo, me metió en un bar y me pidió una copa que se me hizo eterna. Porque cuánto más quieres controlar el deseo, más difícil es hacerlo. Y su voz era suave pero su acento me ponía muy cachonda. Sus gestos eran tranquilos pero sus manos, siendo suaves y moviéndose despacio, sabían ponerme a mil. Su actitud transmitía tranquilidad pero sus ojos transmitían fuego.

Y en una cama de un séptimo piso a un paso del séptimo cielo, después de perder la compostura en la calle, en el taxi, en el ascensor...entré en el piso a una caricia de distancia del orgasmo.
Cuando creí que aquel argentino ya lo tenía todo hecho, que ni siquiera tendría que esforzarse para arrancarme un orgasmo tras otro, resultó que él se empeñó en esforzarse por arrancarme el doble de los orgasmos que yo habría calculado que tendría.
Entré creyendo saber cuánto me ponía y aprendí que era capaz de ponerme mucho más allá de mis cálculos.
Aprendí que esa tranquilidad, esa parsimonia, esa cadencia con la que movía su cuerpo, sus manos, su boca, sus dedos al ritmo de su voz, me excitaba incluso más que el sexo salvaje que tanto me hace perder los papeles.
Porque sabía lo que hacía, él imprimía el ritmo, controlaba mi deseo, me hacía rozar el paroxismo de la locura mientras yo me sentía tan en la gloria que sólo podía emitir pequeños gemidos porque no tenía fuerzas para más.

Me follaba despacio pero sin dejar ni un escaso milímetro de esa palpitante y durísima polla fuera de mí, me acariciaba suavemente como una especie de mariposa traviesa que se posaba sobre los recovecos de mi piel y daba la impresión de tener toda una vida por delante, sin prisas, sin reloj, sin impaciencia para pasarla conmigo entre esas 4 paredes. Sin embargo, me miraba con los ojos bañados en vicio y gemía con una intensidad que desataba oleadas de deseo en mí. Su lacerante deseo penetraba entre mis piernas, crecía, nadaba en mi propia humedad.
Llegó el momento en el que, satisfecho por la cantidad de placer que me había proporcionado, se dejó llevar y me dejó disfrutar de su orgasmo.

Cuando empezamos el siguiente asalto, me esforcé por cambiar las tornas, por hacerle disfrutar, por devolverle una pequeña parte de lo que yo había sentido pero con ese acento que me obnubila, en un tono acaramelado que escondía una orden, me dijo que "nada me gusta más que verte disfrutar, ya te he dicho que estoy para lo que tú quieras, déjate hacer". Así que de nuevo asumí el papel pasivo, la parte cómoda, el sueño hecho realidad de ser la complaciente dama que se deja dar placer. Y menudo placer. Sin aspavientos, sin prisas, sin brusquedades pero tan efectivo, tan eficaz, tan vicioso.

Al despedirme, me dió su número y me susurró un "yo estoy para lo que tú quieras, ya lo sabes". Y a punto estuve de volver a meterme en esa cama y no salir pero fuera de esa habitación era ya la hora de casi merendar y yo tenía incontables llamadas perdidas en el móvil así que me fuí pero pienso volver, boludo.

martes, 3 de mayo de 2011

Despedida de soltera

Estuve hace un par de fines de semana en Sevilla. En una despedida de soltera. 
¿Quién lo iba a decir? 
Nos conocemos desde que las cabezas no nos llegaban ni al segundo peldaño del tobogán, desde que éramos dos micos de cara redondita y cabeza plagada de rizos. 
Es de esas amigas que ves poco pero con las que siempre tienes la sensación de no haberte separado nunca. Bastan 10 minutos para descubrir que seguimos siendo las mismas que jugaban en aquel tobogán. Para acostumbrarme a su acento andaluz hace falta un poco más que 10 minutos, jajaja. 
Compartimos veranos, las primeras borracheras, incluso nos gustaban siempre los mismos tíos. Inseparables. Cada una con su estilo, con su carácter, tan opuestas pero en el fondo tan parecidas. 
Y ahora se casa.

De todas mis amigas, entre las cuales hay una cierta tendencia a la estrechez sexual y a la creencia en ese abstracto concepto que es "comer perdices", resulta que las dos únicas que se han casado (o van a hacerlo en breve) son las dos más zorr**, las únicas que jugaban en mi liga, las que habían llegado a la misma pantalla que yo en el juego del puterío.


Así que me planté en Sevilla con una maleta casi vacía para tener sitio a la vuelta para la enorme resaca que sabía que me iba a llevar de recuerdo. Porque yo, que tengo fama (inmerecida, por supuesto) de borracha en determinados círculos de amistades, resulta que en Sevilla soy casi abstemia. Y todo porque no puedo aguantar beber desde las 14:30 hasta las 8 de la mañana sin pausas. Lo siento, lo siento, tengo un hígado vago. Jaja.

El viernes hubo un precalentamiento mixto, es decir, novio y amigos del novio con la novia y amigas de la novia. Y yo, como buena chica que soy, me acosté pronto que no quiere decir que no me durmiera bastante tarde. Como ya le dije a la sevillana, si todas las que valen se retiran del mercado, yo tengo que hacer horas extra.

El sábado salimos, reímos, bebimos, comimos, lloramos, recordamos miles de anécdotas...la verdad es que fue espectacular. Un grupo de 15 tías con ganas de divertirse, alcohol y en plena exaltación de la amistad. Un show.

Pero nunca se acaba una juerga así sin un desayuno así que nos sentamos la sevillana y yo en el salón de su casa a desayunar con la persiana bajada para que no nos molestara la luz.
Y de repente, sin venir a cuento, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, entre calada y calada al cigarro, sin prevenirme ni nada, la sevillana me suelta así como quien no quiere la cosa: 

"Susurros, ya no porque he sentado la cabeza pero la verdad es que si hubiera hecho un trío alguna vez, habría sido contigo". 
¿Y me lo dices ahora??!?!?!?!!??