lunes, 31 de agosto de 2009

Si lo quieres, tómalo

Estoy aquí, donde siempre. En el mismo lugar en el que siempre he estado, esperándote, paciente, sin rechistar, sin protestar. Y bien sabe quien me conoce que la paciencia no es mi mayor virtud. Y bien sabes tú que la espera no ha sido siempre breve.

Estoy deseando tu lengua. Que me puede llevar al orgasmo tantas veces como tú quieras.
Muero de ganas por tener tus dedos recorriendo mi cuerpo, entrando en mí, jugando a llevarme al paroxismo del placer.
Deseo tu leche. Y lo sabes de sobra. Te lo he dicho ya demasiadas veces o quizá no demasiadas pero sí suficientes. Que la quiero, tantas veces como me la des.
Me gustaría que me follaras en la ducha, los cuerpos mojados, el agua cayendo y tu polla durísima.
Quiero tu boca recreándose en mis pezones y dándoles la forma angulosa y erizada que adquieren al contacto con tu saliva.
Me apetece, y mucho, tu polla. Durísima, rozando mis entrañas mientras contemplo tu cara de placer, esa mueca que me gusta observar.

Todo eso lo sabes. Lo sabías. Lo he repetido muchas veces. Pero por si acaso, aquí queda una vez más constancia.


Las cosas son tan fáciles como nosotros las hagamos.
Dejemos los juegos, las medias tintas, las sutilezas veladas, las frases a medio acabar, las negociaciones, las fases y procesos, los distintos ritmos y los ánimos sin animar.
Concentrémonos en la solución y no en el problema.


Ven a mí. Ven cuando quieras y búscame. Juega conmigo, caliéntame, hazme adicta a tus palabras, hazme esclava de tus deseos, ánclate a mis fantasías y átame a tu deseo.
Hazlo a tu ritmo, hazlo como te parezca, tómate tu tiempo pero si empiezas, no cambies de opinión. No me crees falsas esperanzas. No juegues y te retires a mitad del partido.
Porque tiene que haber una correlación entre el esfuerzo que se invierte en algo y la satisfacción y la recompensa que se obtienen a cambio. Si no, la espera no habrá merecido la pena.
Y yo también me canso de esperar. Y paso a la fase off.

viernes, 28 de agosto de 2009

El "fresco" (II)

Les digo a mis amigas que me quedo.

Nos tomamos una copa más con sus amigos. Pero él se comporta como si el "quédate" de antes no hubiera existido. La situación empieza a recordarme a los 15 años. Como yo aún no me creo que le ponga, no me decido a tomar la iniciativa.

Voy al servicio. De camino la imagen de su torso en la playa me tortura, su susurro y su aliento en mi piel aún me queman en el cuello, la sangre me hierve de deseo, mi coño es un mar que ignora las dudas que se empeñan mi sensatez y mi cordura en anteponer al deseo. El calor me invade.

Cuando vuelvo, han decidido ir al siguiente bar. Voy firmemente decidida a irme a casa después de la siguiente copa. Pasamos a empellones por una calle muy concurrida, me pisan unas cuantas veces, me empujan el doble, la calle está abarrotada. Él va detrás de mí y pone su mano en mi cintura. Giro la cabeza, él sonríe. Ya sólo puedo concentrarme en el calor que desprende su mano, en la pasión que se manifiesta por cada poro de mi piel. No puedo más. Me giro y le beso.

Responde a mi beso como si fuera lo único que llevaba esperando todo el día, estamos en mitad de una calle totalmente abarrotada de gente, pero el mundo ahora mismo no existe, siento mis oídos como taponados, sólo oigo mi propia respiración alterda, sólo siento sus labios y sus manos en mis caderas.

Nos separamos. Su mirada ha cambiado...el "fresco" ha salido de la coraza de timidez que le ocultaba.

Tira de mí y salimos del maremagnum de gente. A cada paso paramos a besarnos con una intensidad y un ansia que no tenía hace mucho. Sus susurros en mi oído con esa voz marcada por el deseo me hacen temer que mi primer orgasmo tenga lugar sin que ni siquiera me haya tocado más allá de la cintura.

Tras una buena parte del trayecto, me doy cuenta que no sé dónde vamos. Al poco llegamos a una casa. Abre. Ni siquiera podría decir cómo era la entrada, el pasillo o el salón. Era imposible fijarse cuando su cuerpo se iba desnudando ante mí, cuando sus caricias iban adquiriendo una intensidad que me hacía perder los papeles y la paciencia.

Sólo sé que entramos en una habitación y justo al cerrar la puerta, me inmovilizó contra ella, su cuerpo haciendo de barrera infranqueable, mis manos sujetas en alto por las suyas y su boca alternando susurros en mi oreja con húmedos y excitantes besos en mi cuello.

Pocas veces (creo que nunca) un desconocido ha despertado en mí tantas sensaciones, tanta impaciencia, tanta ansia por llegar al orgasmo.

Su respiración estaba alterada, el pecho le subía y bajaba ostensiblemente al inspirar y expirar pero controlaba la situación, sabía cómo volverme loca sin llegar al orgasmo.

Sus manos aún sujetaban las mías pero su boca traspasó la frontera de mi cuello y se adentró en lo que hasta entonces era territorio desconocido para él. Mi vestido le ofrecía vía libre a mi canalillo y por allí paseó su lengua y sus labios incansables.

Las piernas me temblaban. Ni siquiera me había rozado lso pezones y yo ya sabía que si lo hacía iba a conseguir que me corriera allí mismo, en ese instante.

Soltó mis manos para quitarme el vestido. Sus ojos brillaron al ver mis tetas liberarse del sujetador. Mis pezones aparecieron erectos, oscuros, pidiendo la guerra que mi cuerpo necesitaba, exigía a gritos.

Ya me preparaba para disfrutar de su cuerpo pero él tenía otros planes. Humedecidos sus dedos, no daban tregua a mis pezones que se erguían hasta el límite conocido mientras él de rodillas, saboreaba los frutos de su provocación, de mi deseo incontenible. Y así, con la espalda contra la puerta, mi rodilla sobre su hombro y su lengua trazando círculos y espirales que me conducían al orgasmo, descubrí que el tímido no lo era tanto o que al menos se había soltado la melena. Y me corrí, en un orgasmo tan esperado y tan intenso que mis piernas temblaron al ritmo del resto de mi cuerpo hasta que mis rodillas se negaron a sostenerme por más tiempo y fuí resbalando despacio hasta quedar sentada contra la puerta y mi boca aún dejando escapar jadeos.

Allí estaba mi fresco, mirándome con esa media sonrisa de satisfacción que se le queda a uno cuando ve que la otra persona disfruta así y mirándome se empieza a desnudar. Me hubiera encantado ayudarle pero mis rodillas no respondían mis órdenes así que le observé mientras cada prenda caía. Y cuando apareció su polla, dura, erguida formando un perfecto ángulo de 90º con su cuerpo, mis rodillas empezaron a obedecer.

De rodillas, besé sus piernas, sus muslos, sus ingles, su abdomen, su pubis, sus caderas y su culo deleitándome en cada parte, dedicándole el tiempo que merecían y cuando unas gotas resbalaban de su polla, saqué la lengua y las lamí, viciosa.

Su polla se perdió dentro de mi boca, mi lengua imprimió presión sobre su capullo y mi boca acogió cada gota que derramó entre estertores de placer, jadeos y suspiros mientras las piernas le temblaban ahora a él. Su leche sabía como yo imagino que sabe el elixir de los dioses.

Y pasamos a la ducha, más relajados, más tranquilos, incapaces de separar las manos de la piel del otro hasta que el agua que rodaba por nuestros cuerpos y se perdía por el desagüe se mezcló con mis jugos y su elixir de nuevo. Me penetró mientras mis manos intentaban no resbalarse por la pared de la ducha incapaces de sostenerse cuando mis caderas seguían el ritmo de sus embestidas.

Luego fue la cama testigo de dos cuerpos entrelazados, de su polla dura de nuevo como si fuera la primera vez, de sus gemidos cuando mi lengua fue bajando por todo su torso, su abdomen, sus huevos y se perdió en su culo y mi mano le masturbaba. La cama podría contar que me puso a 4 patas y me penetró lento, despacio, volviendo a jugar a ponerme impaciente de deseo, llevándome al límite pero sin dejarme llegar al punto sin retorno. El cabecero de la cama seguro que recuerda aún sus manos aferradas a él cuando mis caderas rotaban sobre su polla cabalgándole como una experimentada amazona. Las paredes aún retienen el eco de nuestras voces pidiendo más, de las cadencias de voz pasando de relajadas a impacientes, de necesitadas a imperiosas.

Y llevo dos posts. Y aún así me dejo la mitad en el tintero. Menuda noche!.

miércoles, 26 de agosto de 2009

El "fresco" (I)

Me he quedado dormida al sol. Me despierto, con la piel caliente, la mente un poco aturdida por el calor y la resaca del día anterior y la mano dormida por una mala postura.

Estoy aún intentando abrir los ojos. Ni rastro de mis amigas que se habrán ido a dar un paseo de ésos interminables de dos horas porque dicen que no hay nada mejor para combatir la resaca (paso de probar el método, me da a mí que no funciona).

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, voy hasta el chiringuito y me compro una Coca-Cola. Al salir del chiringuito, una voz me llama. Me giro, enfoco la mirada, veo a alguien que me saluda. Cuando se va acercando, reconozco al de ayer por la noche. Al que mis amigas y yo hemos apodado "el fresco". No porque sea un caradura sino porque es como una pieza de fruta que te comerías a mordiscos sin quitarle ni la piel, como un soplo de aire que te recorre la piel cuando le tienes cerca, como un tío, para explicarlo mejor, que está para hacerle unos cuantos favores, todos sexuales eso sí.

Para variar, se sabe mi nombre pero yo no tengo ni idea del suyo.

Ayer, como a mitad de la noche, él y sus amigos estuvieron hablando con nosotras. Unos tíos muy majos, un par guapetes y él, que era un fresco con todas las letras. Coincidimos en un bar, fuímos juntos al siguiente y nos despedimos cuando el alcohol nos avisó de que era hora de irse a casa.

El pueblo no es grande, pero playas hay a patadas y justo está en el chringuito al que voy yo. (No quiero mencionar de nuevo que debo tener un pacto con el diablo porque esta suerte si no, es imposible tenerla).

Llamándome siempre por mi nombre, parece que para ponerme en la vergonzosa situación de decirle que no tengo ni idea del suyo, me pregunta qué tal, etc etc, típica conversación sin más.

Le digo que me voy a la playa, que estamos allí. Me pregunta dónde, le explico y me dice que lo mismo luego se pasan (entiendo que sus amigos están en algún sitio del chiringuito).

Me vuelvo a la toalla, me bebo la Coca-Cola, me fumo un cigarro, leo un rato y oigo que alguien me dice hola. Me giro. El fresco sin camiseta no es un fresco sino un fresquísimo. Dios!!. No tengo hipo pero si lo tuviera se me hubiera ido de la impresión de verle. Viene solo porque sus amigos prefieren seguir en el chiringuito que hace menos calor y hay música. Echa su toalla, nos ponemos a hablar. Muy majo, como siempre. Mis ojos sin dar crédito a los músculos de su abdomen, los de sus caderas, los de sus hombros, un cuerpo fibroso de los que me gustan. Y una sonrisa preciosa. Moreno por el sol. Encima simpático. Yo ya no sé si el calor es del sol o del deseo que me recorre las venas, cada glóbulo, cada neurona, cada músculo, cada parte ínfima de mi cuerpo piden a gritos que me abalance sobre él pero mantengo la compostura.

Llegan mis amigas. Ya acercándose a la toalla abren los ojos como platos al reconocer al fresco de anoche. Al poco aparecen sus amigos porque el sol ya no pica tanto y nos reímos un buen rato todos. Quedamos para esa noche.

El trayecto de vuelta a casa se nos va en una intensa discusión acerca de si el fresco me busca (teoría de mis amigas) o no (mi teoría). Defiendo mi opinión que es que no creo que un fresco tan fresco se fije en mí cuando hay tías a patadas bastante más monas que yo. (Por lo visto me subestimo)

Salimos por la noche. Fresco va vestido guapísimo. Yo recojo la baba que me cuelga de la comisura de los labios.

La noche transcurre como la anterior, muy agradable, muchas risas, lo del fresco no pasa de un tonteo completamente inocente pero no se separa de mí. Empiezo a dudar si el chaval es tímido o si es que me pone tanto que empiezo a imaginarme lo que no es.

En lo mejor de la noche, mis amigas deciden que quieren irse a casa. ?!!?. Me despido de un par de sus amigos y cuando llego a él, me coge la mano, me mira con una mirada que no había tenido hasta ahora y se acerca a mi oído a susurrarme "Quédate". Podía haber dicho "por qué no te quedas?" o "nos vemos mañana?" o alguna otra cosa pero me dice "Quédate" con una voz que no acepta discusiones y el aire que escapa de su boca al susurrarme y llega a mi cuello me provoca un escalofrío. La decisión está tomada.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Madrid

El otro día hablando decía que Madrid es la ciudad a la que siempre quiero volver.

Puedo estar donde esté y estar muy a gusto. Pero siempre me apetece volver.
Porque Madrid es mi ciudad. Es mi vida.

De más pequeña, la vida se reducía a tu barrio, tu parque, tu cole.
Luego empiezas a abrir horizontes.
Y con el tiempo, cada esquina, cada sitio, te trae un recuerdo.

El parque de al lado de mi casa me recuerda a aquel chaval con su polo verde que me hacía perder la cabeza. Y las risas de las tardes de domingo. Ver pasar los años pero seguir teniendo los mismos amigos que no cambian, que siempre están ahí.

Paso por el centro y me acuerdo de Don Fidelidad, de las tardes que quedábamos en Callao y se enfadaba por mi impuntualidad y de los paseos por el centro, comiéndonos a besos. Miles de historias en tan pocas calles.
Y de aquellos dos días con Albertín, él fascinado por Madrid y yo fascinada por su morbo y sus halagos.

La Plaza de Oriente me recuerda a diciembre, una tarde triste, una despedida, una ruptura, una decisión correcta pero que no por ello duele menos. El fin de algo precioso. El comienzo de una época rara.

Plaza España es muchas cosas. Es aquella tetería con bizcochos. Es el principio de algo precioso que aún sigue estando ahí como si fuera el primer día y a la vez es un chaval de pelo largo, ojos de cielo y una calle cuesta arriba que subía al paraíso del placer.

Guzmán el Bueno me recuerda a las innumerables tardes en el Lecumberri. Aquel grupo en el que estaban (y siguen estando) todos como cencerros, sus ojos surcados de arruguitas al sonreír y los besos con sabor a coca-cola light.

El Paraninfo me recuerda al verano, a Pablo, a la hierba recién regada, a arrebatos de pasión, a prendas de ropa que sobraban y orgasmos sin fin.

Atocha y Tribunal me recuerdan al masajista. Los trayectos en moto, la consulta, esos músculos que notaba al agarrarle por la cintura. Aquel bar cutre donde íbamos siempre a tomar la última. Lo impacientes que esperábamos al ascensor. Lo que crujían los escalones de la consulta de aquel edificio viejo. Lo que contarían esas paredes si hablaran.

En Legazpi, en la boca de metro (menudo sitio más poco romántico) oí el te quiero más inesperado pero más bonito que he oído nunca.

La Castellana me recuerda aquellos jueves de demasiado alcohol, en el bar de siempre, con aquela amiga que decidió dejar de serlo y sin preocuparme por la resaca del viernes en el curro. Miles de risas, el corazón recuperándose y cerrando heridas y un polvo de madrugada que me dejó el regustillo amargo de la insatisfacción.

En Cuzco está el sitio en el que acabamos siempre ensalzando la amistad a las taitantas de la mañana llorando de risa.

Avda. de América me recuerda un fin de semana muy intenso. Una cena con orgasmo incluido. Y un tío de ésos con los que estás tan a gusto que no querrías que acabara el fin de semana.

Goya me trae a la mente tardes de verano en una terraza oyendo eternos monólogos sobre principios irrenunciables que a los pocos meses ya no eran tan inamovibles.
Pero también de una noche con la que empecé este blog, una sucesión de orgasmos que es difícil de olvidar aunque no se haya repetido.

Concha Espina es aquel bar con aquel camarero tan majo, noches de martes o de cualquier día de la semana, el golfista y una historia muy bonita que no pudo ser pero que acabó bien aún así. Caricias al lado de la barra, roces indiscretos, conversaciones profundas y trayectos a casa que se hacían interminables, donde las manos no podían estar quietas.

Mirasierra es la última parada del placer, el sitio donde siempre volvemos, el lugar al que soy incapaz de decir que no. El deseo tiene allí su hogar. Pero del que siempre me voy con la sensación de haberle defraudado.

Alonso Martínez y Barquillo son del quesete. Con su mochila, sus camisas recién planchadas y una sonrisa que derretía. Además de aquel sitio escondido en el que siempre acabábamos la tarde.

República Argentina es del rubio, un callejón, demasiada impaciencia y un cuerpo en el que no había ni un centímetro desaprovechable.

Pozuelo es de Juanlu. Su fantasía cumplida y dos personas tan parecidas a las que les separa tanto.

Y así podría nombrar mil sitios, mil calles, mil recuerdos, mil pedazos de mi vida. Algunos buenos, otros malos, pero todos míos. Parte de mí.

domingo, 2 de agosto de 2009

Sus gemidos

Me encantan las noches de verano en Madrid.
Pero esta noche no hace demasiado calor. Corre aire.

Estoy en algún sitio al que no sé si sabría volver a llegar con el coche.
Mi coche aparcado. El de él también.

Estoy sentada en el capó del coche. Y estamos hablando.
Estoy tan concentrada en la tensión sexual que me inspira él que no me doy cuenta de que me están cayendo gotas de agua que el viento transporta desde unos aspersores cercanos.

Lo mejor de todo es que él no es consciente de lo bueno que está. De lo bien que le queda esa camiseta roja. De la atracción que provoca su mirada. De la humedad que me inspira su sonrisa. De lo que me incita su cuerpo.

Llevo un vestido fino. A ratos temo que la dureza de mis pezones atraviese la fina tela.

Y por fin se acerca. Me besa y esos labios, la forma, su manera de usarlos prometen pasión, locura, derroches de placer.

Mis manos ya no pueden contenerse. Su excitación presiona mi muslo. Su lengua se enlaza en la mía. Mi cuello recibe su atención.

No pasa prácticamente nadie. Pero tampoco me fijo, estoy perdida entre sus ingles, dejándome llevar por el momento, intentando ir despacio pero cada gemido que no puede controlar me enciende más, me obliga a seguir, pponiendo cada vez más énfasis, más ganas.

No podría explicarlo pero sus gemidos me traspasan el cerebro, es lo único en lo que pudo concentrarme, me provocan tanto que mi tanga rebosa sexo.
Gime más. Más fuerte, más alto, más intensamente. Sigo. No puedo parar. Necesito oír el gemido final. Quiero que los gemidos aumenten, que suban de intensidad, que pida más, que llegue un momento en que los gemidos sean la traducción de lo que me dice su polla en la boca, que expresen la expresión máxima de dureza que siento presionar mi lengua y mi garganta.

Anhelo el gemido por exelencia, el que supera a los demás en volumen, el que escapa de su boca a la vez que mi lengua siente el placer disparado al fondo de mi garganta...y los gemidos de después, más suaves, como si no le quedaran fuerzas, como si la fuerza hubiera escapado de su cuerpo para buscar sitio en el mío, en el sabor que queda en mi boca. Gemidos más suaves mientras su cuerpo recupera el aliento, el corazón vuelve a latir al ritmo normal y le invade una inmensa relajación que sobreviene tras una explosión tal de placer.

Se preocupa por mí, me hace llegar al orgasmo...me deja satisfecha.
Con ganas de repetir, de más, de saciarme de él.

Decía después que no podía quitarse de la cabeza mi culo con el vestido subido y las nalgas pidiéndole ser sujetadas mientras me embiste.

Yo no puedo quitarme de la cabeza sus gemidos.