miércoles, 29 de julio de 2009

Maestro del sexo

Voy subiendo la calle. Son las tantas de la mañana.
El aire me va dando en la cara.
Me van dando conversación dos conocidos de ésos de 4º grado, conocidos de los amigos de los colegas de mi amiga.
Yo, la verdad, tengo la cabeza más bien en otro sitio. En el mismo sitio que la he tenido el resto de la noche. Pensando en ti.

Llego. Me doy una ducha. Para despejarme. Me he bebido unas copas pero estoy tan cachonda que el agua de la ducha, el roce al resbalar, son como caricias que despiertan mi piel.
Salgo, me envuelvo en la toalla. Aún me resbalan las gotas de agua por el cuerpo cuando llamas a la puerta. Te abro.

Me llevas a la cama. Nos fumamos un cigarro. Tú también llevas unas copas.
Te tumbas entre mis piernas. Dices que estás un poco mareado.
Pero no sé muy bien cómo, la situación empieza a subir de temperatura.
Te empiezas a poner a mil y eso me pone a mí.
Lo sabes perfectamente. Me besas con ansia, esos besos llenos de pasión, recorres mi cuerpo con lujuria, con lascivia más bien, me dices precisamente lo que sabes que me gusta oír, me haces correrme una vez tras otra. Estoy extenuada de placer. Y eso que aún no imagino siquiera que tus planes no son dejarme dormir.

En el momento justo, cuando estoy tan excitada que me es imposible negarme a nada que salga de tu boca porque sé que todo me conduce al placer...me dices que me meta tu polla en el culo.
Me coloco encima de ti, cojo tu polla con la mano y poco a poco voy entrando. Al principio cuesta, notas tu polla aprisionada dentro de mi culo, luego me voy abriendo para ti.

- Quiero que me folles hasta que te corras con el culo.

Reconozco que soy escéptica. No lo he conseguido nunca. Lo sabes, lo hemos hablado un montón de veces. Muchas veces ni siquiera siento placer. Pero tú no te das por vencido. Me vas diciendo que busque el punto donde me da placer. Que me mueva despacio, que pruebe distintos ángulos, distintas posiciones.
Estoy a punto de abandonar, de darme por vencida, pero te miro, te veo tan convencido, tan seguro de ti mismo, tan excitado con la idea...que sigo.
Y lo encuentro. Encuentro el punto que no creí que existiera. El punto donde tu polla roza y yo noto un estremecimiento. Pero aunque es placer no conseguiría correrme así.
Me concentro, me muevo insistiendo en rozar ese punto, tu polla dura crece, me miras fijamente, animándome, poniéndome zorrísima con tus miradas, con tu deseo, con la posibilidad de correrme así.

Estoy alucinada. Porque cuando creo que no puedes ser mejor, siempre me sorprendes un poco más. Es mérito más tuyo que mío conseguir que esté así, cabalgando sobre tu polla, con ella clavada en el culo, haciendo que me abra de placer y gimiendo de placer con cada roce en el punto que hasta ahora había permanecido agazapado, esperando que alguien lo despertara de su letargo, de su hibernación.

E igual que en ocasiones me sorprenden los orgasmos porque no creía estar tan cerca del culmen, me pasa lo mismo. En un roce estoy tan lejos y en el siguiente estoy al borde del orgasmo, no sé, es algo que se sabe.
Me muevo, la tengo dentro, el diámetro de tu tronco dilata mi culo y cuando me muevo para sacarla, una corriente, como un latigazo, un gusano de placer de una intensidad alucinante me recorre entera. No sé si tiene que ver con lo zorra que me siento al estar tan abierta a ti, o con esa mirada que me impele a no decepcionarte, o con las ganas que tengo de abrirme a un nuevo mundo de posibilidades o con ese punto perfecto de alcohol en el que siento todo mucho más y estoy excitadísima pero la sensación comienza en el culo y me sube por la espalda, me eriza la piel, activa mi cerebro, tensa mi cuerpo y con las últimas fuerzas que reúno, te aviso con los ojos muuy abiertos, ojos de quien no cree lo que está a punto de ocurrirle:

- Me voy a correr.

Las palabras salen de mi boca en forma de jadeos, de gemidos incontrolable, mis manos aprietan tu cuerpo, mi esfínter palpita como poseído y cuando me dejo caer, me corro. Me corro como nunca me había corrido. Las oleadas me recorren de un extremo a otro. Los espasmos me hacen retorcerme.
Y me miras. Satisfecho.
Pero yo soy quien debería agradecértelo.

miércoles, 22 de julio de 2009

Con la boca

Déjame que te regale un orgasmo con la boca.

Relájate, ponte en una posición en la que estés cómodo.
Empezaré por lamer tus ingles, besar tu pubis. Acariciaré la parte interior de tus muslos y mis caricias se acercarán cada vez más a tus huevos.
Pasaré la lengua por tus huevos, sin dejar un resquicio por lamer. Alternaré mis caricias entre ambos, me concentraré en cada uno por separado, en los dos a la vez.

Te miro mientras lo hago. Para ver cómo cambia tu expresión, tu cara, cómo te excita sentirlo.

Acercaré mi boca a tu capullo. Lo lameré suavemente. Recogeré ese principio del placer que se te escapa en forma de hilos húmedos de deseo.

Meteré tu polla en mi boca. Primero poco a poco, luego entera. Para poder disfrutar de su dureza y de los suspiros que escapan de tu boca. La recorreré de arriba abajo, humedeciéndola con mi saliva.
La haré crecer, la haré adquirir la consistencia del mármol.

¿Qué hay mejor que dar placer? Mirarte y ver tu cuerpo en tensión, tu cara de éxtasis, oír tu excitación en forma de gemidos. Lo veré y sentiré cómo el deseo nace entre mis piernas, ese cosquilleo que se expande en oleadas y la humedad invadiéndome, conquistándome en una batalla sin lucha, sin resistencia por mi parte.
Nada mejor que verte disfrutar para disfrutar yo.
Saber que soy la dueña de tu placer, que eres en este momento esclavo de mi boca, soldado a las órdenes de mi lengua.

Me dedicaré a tu capullo, alternaré lametones inocentes con movimientos acompasados, mi mano paseará por tu tronco, por tus huevos, por el culo.

La tensión de tu cuerpo crecerá, tu polla también. Y mi deseo, mi humedad, a la par que ellos.

No digas nada. Por tu cara, por tus gemidos, por la dureza reconoceré cuándo te queda poco, cuándo se acerca la explosión final.
Así que te miraré, puta, excitada, dispuesta a exprimir hasta la última gota de placer.
Te volveré loco retrasando el momento, buscando el punto en el que te mantengas al límite del placer sin llegar a sobrepasarlo.

Quiero enloquecerte, quiero que tus gemidos llenen la habitación y que el eco de ese sonido actúe como latigazos de placer en mi cuerpo. Porque no hay nada que me excite más que verte así, que saberte cachondo, duro, empalmado, excitado, impaciente.

Llegará un momento en que ansiaré tu leche. Así que lameré con insistencia, sin darte tregua, tu excitación en curva ascendente, sin retroceso. Mi lengua pasando por tu capullo y mis labios haciendo presión en tu tronco, mis dedos perdidos en tu culo o en tus huevos y mi mirada fija en ti, pidiéndote con los ojos que te corras, que me llenes, que me des la esencia del placer que sube en oleadas.

Tu cuerpo se arqueará, cada músculo de tu cuerpo se contraerá por el placer animal que sientes. Tu capullo se hinchará y me inundará la boca con tu éxtasis, con el elixir que tanto me gusta saborear, con ese líquido caliente, viscoso, saliendo a chorros.

Y cuanto más disfrutes tú, más disfrutaré yo. Y la humedad me resbalará entre las piernas. Sería incluso capaz de correrme sin ni siquiera un roce tuyo, sólo viéndote disfrutar...

miércoles, 15 de julio de 2009

El masajista

Es verano. Debo tener como 15 años.
Son las 5 de la tarde más o menos.
Vamos a ir a la playa.
Pero antes, el ritual de todas las tardes.
Quedamos en mi casa. Mi prima, mi amiga la sevillana y yo.
Nos asomamos a la ventana de la habitación. Detrás hay un chalet. Por las mañanas dan clases de recuperación para la gente que les han quedado asignaturas para septiembre. Por las tardes, en el jardín, se desarrolla un show mucho más interesante. El hijo de la familia y otros dos chicos que viven en su casa (aunque no sabemos qué relación les une) se ponen en el jardín a hacer pesas. Pesas caseras porque es un palo de escoba con una garrafa de agua en cada extremo.
A la sevillana le gusta el de la casa. A mi prima el moreno. A mí el otro, el castaño.
Nos alegramos la vista 5 o 10 minutos. Y nos vamos a la playa.
Nos sacan unos cuantos años, los suficientes como para que seamos unas niñas para su gusto. Así que de camino a la playa nos acompaña el regustillo amargo de saber que son inalcanzables mezclado con las imágenes de sus cuerpos brillantes por el sudor con todos los músculos en tensión.



10 años después, más o menos. Es invierno. Madrid.
Estoy echada en una cama que no es la mía, con el masajista, con mi masajista.
Le conocí por esas casualidades del azar que te brinda la vida mezcladas con la suerte que suelo tener.
La sábana nos cubre hasta la cintura, acabamos de hacer demasiado ejercicio como para tener frío.
Nunca he conocido a alguien que le gustara tanto dar placer. No me deja hacer nada. Sólo se dedica a darme placer durante horas. Y sólo cuando me ha hecho explotar de placer varias veces, me deja devolverle al menos una parte del placer recibido.
Llevamos una temporada quedando. Trayectos en moto por Madrid hasta su piso, noches locas en la consulta donde da masajes, miles de caricias, de besos, su cuerpo fibroso, como esculpido por un artista, perfecto en proporciones. Sus ojos negros haciendo contraste con su pelo castaño. Sus manos suaves pero firmes, con unos dedos que siempre encontraban el camino al placer, daba igual dónde se dirigieran. Y ese olor, tan suyo, tan limpio.
Nos ponemos a hablar, mientras fumo un cigarro. Él se fuma un peta. No sé por qué, sale el tema del verano.
- Yo veraneo siempre en xxx - digo.
- No jodas! Yo iba todos los veranos porque mi tío tiene allí un chalet.
- En serio? Qué fuerte! Y mira que no haber coincidido antes....!
- Dónde está tu apartamento? - me pregunta.
- Está en la zona del centro...donde tal...
- Joder! Pues mi primo tiene un chalet justo en esa calle...uno donde daban clases de recuperación.
- Jajajaja. Ya sé cuál es. Uno que se ponían unos tíos a hacer pesas por las tardes. No me digas que eras tú.
- Sí, éramos mi primo, mi hermano y yo.

O sea que él era el castaño. El que me ponía a mí.

Así que deduzco varias cosas:

- donde pongo el ojo...pongo la bala
- tengo buena intuición...
- tengo una puta suerte que no me lo creo...porque en vez de conocerle entonces, que no se hubiera fijado en mí quizá, le conocí con unos años más y cuando ya era masajista y le encantaba practicar conmigo...

domingo, 12 de julio de 2009

Simplemente él

Mi cerebro tiende a funcionar por categorías, por conjuntos con elementos divergentes y sus subconjuntos, a formar grupos, a hacer estructuras mentales y círculos concéntricos de niveles de confianza o de lo que sea.
Eso me ayuda a pensar, a clasificar las cosas, a ordenar las ideas y a distanciarme para verlo todo desde fuera y tomar decisiones con la cabeza en frío.
Yo, que para muchas cosas soy muy caótica, tengo el cerebro estructurado en esquemas. Cada esquema o cada grupo o cada elemento tiene un nombre o un mote.
Hasta que un buen día, llega algo que no me cabe en ninguna categoría de las existentes hasta ahora. Le intento poner nombre y se me ocurren varios pero ninguno de los nombres me acaba de convencer del todo, ninguno engloba todo lo que incluye ese nuevo conjunto.
Y en realidad, me encanta. Me gusta saber que no puedo resumir en una palabra o en una expresión tantas sensaciones. Me gusta probar algo que no puedo clasificar, que no puedo incluir en ningún sitio. Porque está más allá de todo lo conocido hasta ahora. Porque es diferente. Porque no tiene que ver. Porque me ha sorprendido a mí misma.
Así que no le voy a poner nombre, es simplemente él, a secas, sin motes, sin nada más. Simplemente él.

miércoles, 8 de julio de 2009

Chico malo (II)

El chico malo en realidad no es tan malo.
O sí. Bueno, sólo a veces.
No sé, es como si fuera muchas personas a la vez.

Tiene su lado gracioso. El que me hace reír cuando me cuenta cosas, el que me habla de experiencias que yo nunca he vivido. Al que se le ilumina la cara cuando sonríe mientras te explica con todo lujo de detalles alguna de todas esas cosas que le han pasado en la vida y que forma parte de lo que yo llamo medio en broma "su pasado oscuro".

Luego está su lado tierno. Cuando los ojitos se le ponen un poco tristes y es como si fuera un osito, te dan ganas de comértelo a besos, de abrazarle e ir recorriendo su cuerpo entero sin dejar un sólo sitio donde no le hayas besado.

Tiene su lado mimoso. Cuando se estira en la cama, con cara de angelito y se deja hacer mimos, ronronea cuando mis uñas acarician su espalda o su cuerpo y se encoge de cosquillas cuando le toco los brazos.

Me gusta su lado sincero. Cuando te dice lo que piensa, tal y como lo piensa. Cuando confiesa que le gusta oír mis halagos (que no son halagos sino verdades dichas en alto).

Tiene su lado agresivo. Porque cuando conduce, echo de menos tener dos cinturones de seguridad. Jajaja.

Y luego está el chico malo.
Que me desnuda sin ni siquiera dejarme entrar en casa.
Me mira fijamente a los ojos con una expresión que me derrite mientras me folla.
O me sorprende con la polla dura cuando ni siquiera he hecho nada.
Me hace tener dos orgasmos seguidos, encadenados, mientras sus dedos no quieren abandonar mi coño ni su lengua quiere separarse de mí.
El que me folla incansable sabiendo que soy sólo suya, que en ese momento haría todo lo que me pidiera. Y me hace salir de casa a las 3 de la mañana sólo porque quiere follarme en el capó del coche. O para el coche en un sitio apartado y me incita a sentarme encima de él.
Me hace sudar de placer, tener agujetas hasta en músculos que ni sabía que existían, me deja exhausta, sin habla, cuando me hace correrme una y otra vez. No me deja dormir, porque el deseo nos invade, no nos deja descanso.
Me vuelve loca con cómo se mueve.
Me despierta sensaciones desconocidas cuando me folla el culo, derramándose en él en espamos de placer.
Me hace sentir que soy su puta, que accedo a todos sus deseos, tanto como él accede a los míos y me deja experimentar con él sensaciones que le ponen tanto como a mí.
Le gusta llevar las riendas pero también me sorprende cuando me deja tomar el mando.
Me hace suplicar que siga cuando sabe que voy a llegar al orgasmo y deja de moverse para hacerme esperar.
En todos esos momentos, le sale el chico malo. Y entonces, me encanta.

Me encanta todo. Todas sus facetas juntas. El chico malo y cuando no es tan malo como parece.

miércoles, 1 de julio de 2009

Chico malo

A todas nos han gustado siempre los chicos malos.
Da igual la fama que les precediera. Tenían ese punto de ser algo prohibido.

Y de repente, pasan los años y me sorprendo a mí misma en la misma situación.
Un chico malo, con pasado oscuro, con esa mirada que tiene la gente que ha vivido mucho, a veces demasiado deprisa o demasiado intensamente, quemando cada segundo.
Pero me hace reír y no es tan malo como parece. Al revés.
Cuando sonríe, le cambia la cara. Da gusto verle sonreír.
Y me inspira confianza, porque es buena gente.

Pero cada vez que me habla, que me dice esas cosas que ejercen sobre mí más poder que un imán, en mi mente, inconscientemente, está ese chico malo. Debe ser eso porque si no, no me explico la excitación que me provoca, los ríos de placer que me hace segregar, no entiendo esas ganas de sentirme suya, de hacer todo lo que quiera, de probar, de experimentar.
No entiendo esos nervios cuando sé que voy a verle. Ni comprendo que las horas pasen como segundos cuando hablo con él.

Y siento de nuevo esa sensación, vuelvo a tener 16 años, la niña inocente que se deja enseñar...
Me encanta esta sensación. Aunque él no sea tan malo y yo no sea tan inocente...