miércoles, 27 de mayo de 2009

Aspersores

Al volver del trabajo, he pasado por un jardín en el que había unos aspersores.

Me han salpicado de agua.

Me he sentido, de repente, viva, feliz.

Quizás porque lo he asociado al recuerdo de aquellas tardes calurosas de verano que pasamos juntos. A la tarde en que empezó a anochecer mientras a nosotros las horas nos parecían minutos echados en aquel jardín de la universidad, tus manos perdidas por mi cuerpo y la ropa descolocada. En medio de la vorágine de besos, de ansia de sentir la piel del otro pegada a la nuestra, nos desnudamos amparados por la sombra de aquella amazónica que nos separaba de la gente y nos dejamos llevar por el calor que emanaban nuestros cuerpos.

Estaba sobre ti, cabalgando sobre tu polla, mis manos sobre tu pecho, intentando no clavarte las uñas llevada por la pasión cuando se encendieron los aspersores.

Pero en ese momento, no nos importaba nada. Seguimos como si nada. Estábamos casi en el punto de ebullición así que unas gotas de agua no nos distrajeron.

Cuando la cordura volvió a ocupar su lugar y nos dejó pensar sensatamente, nos dimos cuenta de que estábamos empapados. Al igual que nuestra ropa.

Y de repente, nos entró la risa. Recogimos las cosas, salimos deprisa del radio de alcance del aspersor mientras las carcajadas casi nos hacían doblarnos de la risa.

Quizá sea por eso aún hoy los aspersores me hacen sentir feliz, llena de vida.

domingo, 24 de mayo de 2009

Preparándome

Me estoy preparando para verte.

Me desnudo despacio, dejo caer la ropa al suelo mientras fantaseo con que dentro de un rato serás tú quien me mire desnudarme. Mis pezones lo saben, por eso asoman duros cuando cae el sujetador. Lo debe saber también mi coño que ya empieza a humedecerse a juzgar por la humedad de mi ropa interior al quitármela.

Entro en la ducha. En mi mente se agolpan las imágenes de cómo será, de tu boca buscando mi piel, de tus manos dibujando mis curvas.

Las primeras gotas de agua sobre mi piel me erizan la piel. Porque fantaseo con una ducha contigo después de un polvo sudoroso, salvaje, animal.

Extiendo el gel por mi cuerpo, mis manos enjabonan cada rincón. Empiezo por las piernas, voy subiendo hacia mi cintura, imagino que son tus manos las que recorren mi piel suave.
Dedico tiempo a mis pezones ya que lo piden a gritos soñando con tu lengua.
Mis manos bajan inevitablemente hacia mi coño, la humedad que se acumula allí no tiene que ver con el agua de la ducha. Resisto la tentación de tocarme, quiero que mi orgasmo sea contigo.
Cuando enjabono mis nalgas, imagino tus azotes sobre ellas.

Me aclaro. Dejo que el agua se extienda por mi piel.

Me visto. Me pongo el conjunto de ropa interior que te gusta.
Me echo una gotas de perfume.
Y miro de nuevo el reloj, que creo que se ha parado porque no pasan los minutos, mi impaciencia me hace tener la impresión de que no corre el tiempo.

Quiero que llegue ya el momento. Que tus manos me desnuden, tus ojos me acaricien sin rozarme y tus labios se pierdan por los rincones más secretos.

No puedo esperar.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Azotes

Llevaba todo el día impaciente. No era para menos.

Lo mejor contigo es que todo lo que imagine es siempre un 1% del placer que siento después. Eres muy bueno.

Apuntabas maneras pero la realidad ha sido mucho mejor.

Llegamos helados a casa. Contengo las ganas de arrinconarte contra la puerta al cerrarla y recorrerte a besos hasta hacerte perder la razón.


Hablamos de mil cosas en el sofá. Llega un momento en que no puedo más. Necesito besarte, olerte, acariciarte.

Pero hoy mandas tú. Eres tú quien me pide que me desnude y me quede de pie frente a ti. Me acaricias. Me tienes a tu disposición. Tan tuya!

Te sientas en el sofá. Y con voz dura y un sutil gesto, me indicas que me eche sobre tus piernas. Pasas la mano por encima de mis nalgas. Me haces esperar mientras observas mi culo, disfrutando de controlar toda la situación, incluso el momento, el tiempo.
Cuando cae el primer azote, es suave. Como si me fueras preparando. Pero de mi boca escapa ya el primer gemido. Los azotes se suceden, a veces más suaves, a veces más fuertes. De entre mis piernas escapa mi excitación, mojándolo todo. Tus dedos pasan de vez en cuando por allí, como queriendo controlar si estoy lo suficientemente excitada aunque mis gemidos no dejen lugar a dudas.


Me pides que me arrodille sobre la alfombra. Me atas las manos. Me tapas los ojos. Soy una muñeca en tus manos, soy tu zorra, la que cumple tus deseos y órdenes, soy tu puta. Entregada, sumisa, obediente, conteniendo las ganas de abalanzarme sobre ti.

Me coges la mano y la pasas por encima de tu pantalón. "Mira cómo me tienes". Ufff, me gusta saberlo. Me cuesta no poder hacer nada.

Me haces inclinarme de rodillas y separar las piernas. Caen más azotes sobre mi culo. Luego me pones tu polla en la boca. No me dejas disfrutar de ella más que un momento.
Oigo cómo te desnudas. Y te arrodillas tras de mí. Me embistes. Sin contemplaciones. Siento tu polla entrar, mi coño la necesitaba. Pero paras antes de que ninguno lleguemos al orgasmo.


Desatas mis manos y atas mis tobillos. Te sientas detrás de mí y acaricias mis tetas, mi cuerpo, mi entrepierna. Intento separar las piernas para que puedas alcanzar mejor pero la cuerda me lo impide.

Vuelves a tu posición favorita, tú sentado y yo echada sobre tus piernas en el sillón.

Los azotes caen de nuevo, como una lluvia deseada en época de sequía, intermitentes, espaciados o seguidos.

Decides que me he portado bien, así que tus dedos entran en mi coño, se mueven con la habilidad del que sabe cómo hacerlo hasta que me llevan al orgasmo y me dejan estremecida, temblorosa, jadeante.

Me pides que me ponga de rodillas, sacas tu polla. No hacen falta palabras. Mi boca juega con ella. Me esfuerzo por devolverte una parte del placer que me has dado. Estás muy excitado. Alterno diferentes ritmos para retrasar tu orgasmo. En un momento dado, tu polla crece, palpita, noto la leche subir en oleadas y noto su sabor a la vez que te miro disfrutando de tu cara, de esa expresión de placer que me encanta ver y tu gemido es un poco más alto de lo habitual, lo cual me pone muchísimo.

Y eso fue sin pasar del salón. Luego siguió en la habitación. Uff, qué noche!

jueves, 14 de mayo de 2009

Como en los viejos tiempos

Yo por aquella época nadaba todos los días.

Siempre a la misma hora. Siempre la misma gente.

Sería junio, más o menos.
Una tarde, bajan del gimnasio, de otra clase, un grupo de tíos.
Inmediatamente mi vista se centró en el rubio (qué obsesión con los rubios!!). Alto, delgado, fibroso, super atractivo.
Pero en la vida, las cosas son como son. No como tú las planeas o imaginas.
Así que el rubio aquél hoy es uno de mis mejores amigos. Estrictamente amigo.
Con él, venía un moreno. Que de lejos no me llamó la atención.

El caso es que se convirtió en rutina que bajaran todos los días a nadar.
Nuestro punto en común era la amistad que nos unía a todos con el monitor de natación.
Así empezamos a hablar.
El moreno, visto de cerca, no era guapo pero tenía un atractivo y un morbo que me gustaban.
Pero me sacaba 5 años. Que entonces y a esa edad eran un mundo. Nunca pensé que se fijara en mí.

Un par de semanas después, a raíz de un comentario suyo, le espeté que era un chulo.
Con esa sonrisa y esa mirada que aún hoy despiertan mi deseo, me dijo:
- Claro, niña, soy de Madrid. De Chamberí. Gato puro.

Y desde entonces siempre he sido su niña. Siempre me ha llamado así.

Por supuesto, la primera vez que me vió fuera de la piscina, sin el gorro de natación, gané muchos puntos.

Lo que empezó como un rollo de verano, un capricho, la gracia de la novedad...acabó siendo una historia que aún hoy da coletazos.

Me enseño la mayor parte de lo que sé sobre sexo. Aunque él dice que yo siempre fui una alumna muy aplicada.

Su grupo de amigos es hoy mi grupo de amigos. De ésos amigos que no pierden la complicidad a pesar de no coincidir en meses. De los que siempre se puede contar con ellos.

Con él, no funcionó, él se enamoró de mí, yo no, pero nos une un sentimiento especial, algo que no me une a mucha gente.
Y de vez en cuando volvemos a tropezar en la piedra del deseo. La misma que prometimos evitar. Pero no podemos evitarlo.

Su sonrisa, su pelo, su chulería, su olor, su voz aún me despiertan cosas que creía enterradas, como si unas invisibles cadenas nos unieran y no pudiéramos deshacernos de ellas.

Hoy me ha llamado. Para hablar. Y la conversación se ha tornado melancólica a ratos, llena de carcajadas en otros momentos.
Y me ha recordado que nos conocemos ya hace 12 años. Ufff, cómo pasa el tiempo!!.

En su próximo viaje, ha propuesto que nos veamos, en Junio.

- Y nos tomamos algo, niña. En el bar aquél al que íbamos siempre. Por los viejos tiempos. Como en los viejos tiempos.

Se me antoja que los viejos tiempos volverán esa tarde a no ser tan viejos. A no estar tan lejos. Y ya se cómo acabará todo. Reviviendo todo lo que queríamos enterrar, volviendo a tropezar donde dijimos que no lo haríamos, saboreando algo que creíamos pasado, superado.
Lo que más me gusta de la idea es que sé qué va a pasar. Y lo deseo. Me apetece. Quiero que pase. Aunque me vaya con el regustillo amargo de que no sé si ha sido dar un paso atrás o uno adelante en la falsa dirección. Aunque a sus ojos asome esa mirada que me dice sin palabras: "¿qué hubiera sido de nosotros si las cosas hubieran sido de otra manera?".

Pero sé que no podré resistirme a su encanto, a su forma de mirarme, a su "qué guapa vienes hoy, niña". Y en el piso, las cosas volverán a ser como en los viejos tiempos, sexo del mejor que he tenido en mi vida.
Así que sí, me apetece. Por los viejos tiempos.

lunes, 11 de mayo de 2009

Reapariciones

Este fin de semana he tenido 3 reapariciones:

1. C. me escribe un mail. C. y yo pasamos una noche juntos. Sin pena ni gloria. Del montón. Al despedirnos, C. dejó caer que le gustaría volver a verme. Obtuvo mi silencio por respuesta. Creo a buen entendedor pocas palabras bastan. Pero por lo visto, C. necesita oírlo. Así que me manda un mail meloso (o debería decir casi baboso?) donde por momentos dudo de si me confunde con otra persona porque habla de mí como si fuera la mujer de su vida. Y vuelve a proponer que quedemos. No es mi intención herirle, no quiero tener que responder que "una noche me sobró para saber que no quiero repetir". Así que opto por la vía diplomática confiando en que sepa leer entre líneas. Espero no tener que explicarle que sus besos con lengua (esto es literal porque su lengua por momentos casi rozaba mis amígdalas), su pito (porque para llegar a la categoría de polla hacen falta unos cuantos o bastantes centímetros más) y su movimiento de cadera totalmente desacompasado me quitaron las ganas de verle de nuevo.

2. Nomeacuerdocómosellama (en el móvil le tengo con un mote) me escribe un sms. NMACSL fue un tío que conocí en un bar. Una noche de invierno un poco nublada por el alcohol. Y rompí el sagrado mandamiento de "nunca follarás con un rollo de bar" (porque no suele funcionar). Y claro, así fue la cosa. Acabamos en su casa, no demasiado lejos de una zona de bares muy conocida de Madrid. El chaval follaba bien. Las cosas como son. Pero tenía el síndrome de soyfantásticoymegustaquemelorecuerdes. Un síndrome sin curación que desembocó en una interminable conversación acerca de su estupendo trabajo, su maravilloso sueldo (que me especificó incluso con céntimos de euro) y su enorme éxito con las mujeres a raíz de su magnífico coche de la marca nimeacuerdonimeimporta. Pero es que una vez metidos en materia, el síndrome se puso de manifiesto en la enorme confianza en sí mismo y en sus dotes amatorias que le llevaba a preguntar cada 2 minutos "Te gusta, eh?" o "Esto no te lo habían hecho nunca, eh?". Y allí estaba yo, mordiéndome la lengua para no decir: "Lo de follarme sí me lo han hecho alguna vez, lo de ser tan pretenciosos como para preguntar cada 2 minutos si me gusta, no".
En el sms me dice que a ver si le llamo un día para quedar.
Me estoy pensando si contestar "Si no te he llamado en todo este tiempo, no sé por qué crees que iba a hacerlo ahora" o mejor "Ay! Justo me pillas que estaba escribiéndote porque no puedo vivir sin que me hagas lo que "nadie me ha hecho más que tú"".

3. A. me escribe en el msn. A. es un amigo de conocido de amigo o algo así que conocí hace tiempo. Muy atractivo. Muy buena percha. Pero, en su momento, con novia a la que era fiel. Lo cual no le impedía tirarme los trastos con indirectas y directas pero siempre por msn, porque la infidelidad virtual no se consideraba infidelidad. Al poco corté el juego porque me aburría un poco. El otro día me escribe en el msn: "Ya sé que no viene a cuento pero era para decirte que estoy libre". Me lo imaginaba con una luz verde encima de la cabeza, como los taxis. Jajaja. Pues no, A., no viene a cuento. Después de tantos meses (o son ya años?), no viene a cuento. Sobre todo, por la teoría que ya te expliqué alguna vez de la vida y los trenes que pasan una vez, dos veces, incluso 3, a veces con retraso, pero nunca con un retraso de n meses. Más que nada, porque yo paciencia tengo poca y ya ha perdido la gracia. Pero gracias por informarme de tu disponibilidad.

Ufff, a ver si el fin de semana que viene pinta mejor.

domingo, 10 de mayo de 2009

Donde no existía el tiempo

Aquella habitación no era demasido grande. Estaba llena de cosas.

Reinaba un determinado orden dentro del caos.

La ventana estaba frente a la cama. Y se oía pasar a los niños cuando volvían del colegio.

Pero nada de eso hacía aquella habitación especial.

Lo que la hacía diferente, cómoda, especial, era que allí había una especie de burbuja temporal, las horas no importaban, los horarios no existían, los ciclos normales de tiempo con sus correspondientes obligaciones, ataduras, esquemas rígidos nunca traspasaban la puerta.

El tiempo se medía en pálpitos y sensaciones.

Los dos teníamos mucho tiempo. Ninguna prisa. A no ser que fuera por estudiar en profundidad el mundo del placer, la asignatura de la anatomía del otro.

Comíamos cuando teníamos hambre. Siempre a deshora.
Dormíamos cuando el deseo nos daba un pequeño descanso.
Reponíamos la nevera cuando no había más remedio.

El resto del día era una montaña rusa. O más bien un volcán en erupción constante. Pero la lava era su leche y mi deseo que fluían en torrente.

Nada más abrir los ojos al despertarnos, su erección era tan obvia que no quedaba más remedio que apaciguarla con millones de caricias, besos, gemidos.
Pero nunca teníamos bastante, siempre había que repetir.
Cuando intentábamos dormir, su cuerpo desnudo rozando el mío, su polla creciendo al roce de mi culo nos invitaba a quedarnos despiertos otro rato.
En mitad de la noche, cualquier roce encencía la chispa del deseo y nos despertábamos con sed del otro.
Siempre que salíamos de la habitación, volvíamos a ella impacientes por despojarnos de la ropa y volver a sentir el aliento del otro sobre nuestra piel.

Cualquier mirada, un simple e inocente beso, un comentario con doble sentido, la excusa del mal tiempo o la del buen tiempo, la cercanía de nuestros cuerpos en un espacio tan pequeño, el roce buscado o el casual, los momentos intencionados o los que surgían de imprevistos, todo sin excepción nos hacía caer de nuevo en la red que nos mantenía atados. La red de la pasión, del no poder parar, del no quedar nunca saciados del otro, de no tener nunca suficiente.

Será por eso que recuerdo aquella habitación con tanto cariño.